Cada uno de nosotros tiene una madre y un padre, hermanos, primos, tíos y abuelos y a su vez, nuestras madres, padres y abuelos tienen sus propios padres, madres, abuelos, tíos, primos, etc. Y por lo general conocemos tan sólo a una parte de aquellos familiares de nuestros familiares que también son parientes nuestros…ufff, enredado ¿no? Pues precisamente así me sentía en el encuentro de familiares que se organizó para el domingo recién pasado. Me reuní con mi familia materna, siendo el tronco común de todos nosotros mi bisabuelo.
Conversando después del copioso almuerzo, mientras los niños se divertían sin importarles un rábano si su compañero de juegos era su primo, su tío o el nieto del primo de su madre, intentábamos vislumbrar el parentesco que cada uno de nosotros tenía con el resto de los asistentes, cual juego de ingenio: “¿quién es la hermana de la tía de la abuela de la prima de..?”.
Cada quien se presentaba no sólo con su nombre, sino con el parentesco respectivo para que la otra persona pudiese asociar quién diablos éramos. Yo no sólo era Julieta, era la hija de la Lela y de Julio, la hermana de Marcelo y de Mirza. Era muy raro darme a conocer de esa manera; una presentación digna de la realeza, algo como “soy Juana La Loca, la hija de Los Reyes de Castilla”, pero en este caso sin reverencia.
De la mayoría de los asistentes yo tenía alguna vana idea, pues había oído relatos familiares donde alguien los nombraba, sin embargo, para ellos, yo era un personaje “nn”. Siendo la menor de mis hermanos, sólo los recordaban a ellos. El único que podría haberme recordado, no asistió; un primo de mi madre quien me llevaba galletas de regalo cuando yo era pequeña y a cambio yo le obsequiaba mi repertorio de chistes, no dejándolo partir hasta que oyese el último. Por otra parte, pensé que quizás fue mejor no encontrármelo, pues me hubiese pedido un chiste y a estas alturas ya no soy tan graciosa; además, sin galletas no hay chiste.
Suele ocurrir en las familias que algunos nombres se repiten, en este caso, el nombre de mi bisabuelo Emilio es un factor común, por lo tanto, preguntar “¿Quién es Emilio?” genera una búsqueda dentro del universo familiar, tan intrincada, que es equivalente a preguntar “¿dónde está Wally?”
Haciendo gala de una característica familiar (de la parte de la familia que conozco de siempre) llegué tarde al asado cuando ya estaban todos sentados comenzando a almorzar. Debió ser mi cara de desenchufada lo que motivó que alguien me dijera “parece que te equivocaste de reunión”, pero no, bastó un recorrido visual por sobre aquellas caras para ver algunas que me eran familiares (qué paradójico: todas eran de familiares, pero no todas me eran familiares). Al cabo de algunas horas de conversación, ya no sólo eran rostros: eran alguien con un nombre, con una historia detrás y con una manera particular de ser. Algunos muy sociables, como el organizador del evento, a quien lo vi conversar tanto y con tantas personas diferentes que pensé “la próxima vez que haga un viaje largo, lo invito”, claro, difícil aburrirse con él; otros más callados, algunos risueños, otros malhumorados, como el pequeño hijo de mi prima, quien, al ver que un grupo de adolescentes jugaba con su pelota y no le invitaban a participar, hizo uso de su derecho de propiedad y se llevó el balón; al fin y al cabo la pelota era suya y si él quería sentarse sobre ella, era su opción.
No sólo pudimos conocernos, reír y conversar, sino que además superamos un record: las familias suelen reunirse para los funerales y la mía no estaba exenta de ello. Esta vez logramos juntarnos con el único objetivo de compartir y de paso me queda la tranquilidad de que cuando ellos asistan a mi sepelio, al menos ya tuve el gusto de conocerlos en vida.
Anteriormente cuando me topaba con algún pariente desconocido en un funeral, además de que el entorno por sí mismo creaba un clima tenso, me era incómodo preguntar “¿quién es?”. En esta ocasión era distinto. Preguntar quién es y luego dar señas del parentesco que nos unía era parte constitutiva de la fiesta. Tanto así que me sentí con la libertad de sacar lápiz y papel para crear un árbol genealógico. Con ayuda de varios parientes pude completar una rama familiar, pues mi bisabuelo, sin pensar que tres o cuatro generaciones siguientes nos quebraríamos el mate tratando de tirar líneas sobre quién era quién es este asunto, tuvo nada menos que tres esposas, con cada una de ellos hijos, luego nietos, bisnietos, tataranietos, quienes nos encontrábamos ahí desenrollando la maraña de hilos que nos unían a unos con otros. ¿Cómo será un árbol genealógico musulmán?
Una pena que algunos no pudiesen estar presentes, pero un alivio también, pues de asistir todos hubiésemos tenido que arrendar el Estadio Nacional. Mientras escribía los nombres de los hijos de los hijos de, pensaba en el cambio cultural que trajo consigo el televisor, al disminuir la tasa de natalidad ¡Qué cantidad de hijos tenían antiguamente! Imaginaba también el día en que alguno de nosotros sea el tronco común de una familia que se reúna por allá por el año 2100. Ellos sí que padecerán de dolor de cabeza al completar el árbol genealógico, pues si bien las familias hoy en día son menos numerosas que hace treinta o cuarenta años atrás, son muchísimo más comunes las del tipo “los tuyos, los míos y los nuestros”. En cien años más se preguntarán cosas como “De los tres hijos de mi tío, ¿cuál es mi primo?” o “Si mi abuelo, en realidad no era el padre de mi padre, ¿qué hago en este asado?” Tremendo lío, de seguro se verán obligados a crear dos árboles: uno donde se indique el lazo sanguíneo; y otro, los lazos afectivos.
No faltará quien comente -Tía, no vino su hijo Martín- a lo cual una agraciada y ronca joven responderá -Yo era Martín, después de la operación soy Carla-.
O se generarán diálogos como:
-¿Esas dos señoras son las hermanas de la tía Daniella?-
-La más alta. La otra es su pareja.
Pero, en fin, esos líos los tendrán nuestros bis y tataranietos.
En lo que respecta a este encuentro familiar, para mí fue bastante significativa la experiencia de conocer a tantas personas a quienes por años sólo pude imaginar. La reunión estuvo muy entretenida, la carne excelente, el vital elemento acuoso (procesado, fermentado y embotellado, por cierto) no escaseó, incluso degustamos un exquisito café de grano y luego rematamos la tarde tomando once. Pero, como nada es perfecto faltaron dos cosas: Don Francisco y la música de reencuentro como fondo del evento.
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