Domingo, 18 de Mayo de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

La crisis de la mitad de la vida

Por Tomás Covarrubias Fredes. Psicólogo.

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La capacidad de los padres de ser consistentes, definiendo sus expectativas de forma clara pero con flexibilidad y afecto, resulta esencial para crear un clima de seguridad y estabilidad para la experiencia vital del adolescente. Sin embargo, dicha tarea no resulta fácil para los padres, especialmente cuando son juzgados y criticados por sus hijos.

Los progenitores son más vulnerables en este período, lo que se intensifica aún más cuando sufren conflictos personales. Esto puede llevarles a ser intolerantes, inconscientes o negligentes con sus hijos. Muchas veces, por inseguridad, se vuelven rígidos e intransigentes, cerrados a cambios de posición y negociación con el adolescente dañando aún más la relación entre ambos. Luego vienen las consecuencias de estas fricciones, en donde estos conflictos con los hijos despiertan en los padres unas lamentables reacciones. Por ejemplo, es clásico el sentimiento de incapacidad para educar y comprender a los jóvenes, o el sentimiento angustioso e hiriente de notarse rechazado por el hijo, o la aparición de una escalada de actitudes autoritarias y agresivas.

Todo la situación parental previamente señalada coincide con la famosa crisis de la mitad de la vida (midlife crisis) o crisis de la madurez, de los 45 a 55 años de edad. Ésta sobreviene al mismo tiempo que la crisis de los adolescentes, lo que puede provocar profundas perturbaciones familiares o incluso rupturas en la matriz familiar. Estas rupturas podrán considerarse normales y esperadas (crisis normativas) cuando se trata, por ejemplo, del inicio de la salida del adolescente del techo familiar (nido vacío); o crisis no normativas, como el caso de una ruptura en la pareja parental.

Esta crisis de la mitad de la vida se caracteriza por la súbita percepción de lo limitado del tiempo, con un sentimiento subjetivo de la brevedad de la vida y un replanteamiento de las ambiciones personales. Se intenta reorganizar la vida en función del tiempo que queda, más que en función del tiempo ya desarrollado, es el momento del balance y la reflexión sobre lo que se ha hecho y lo que aún queda por hacer. Así como hay quienes salen fortalecidos de este autoexamen, hay otras personas que se acongojan, les asalta la angustia por el tiempo que pasa tan rápido y se ha logrado poco.

También es común el temor de un descenso de la actividad sexual dado el menor interés sexual despertado por la pareja, y que es contrastando con la explosiva sexualidad de los adolescentes. Todo ello conlleva a menudo a conductas desinhibidas, que en el hombre se manifiestan por la aparición súbita e imprevisible de conductas sexuales tumultuosas, de búsqueda de aventuras, amoríos y devaneos extraconyugales. En la mujer se suma el problema de la desaparición de las reglas (menopausia), que puede suscitar un sentimiento de sexualidad disminuida o desvalorizada, con una identidad femenina limitada, o, por el contrario, un sentimiento de libertad mostrando abiertamente una renovación de la sexualidad, a menudo con un tinte vigorosamente adolescente.

A estas crisis de los padres “cuarentones” y “cincuentones”, hay que añadir los conflictos no resueltos con los propios padres, ya que dichos problemas tienden a reavivarse en esta etapa. Por ejemplo, un padre puede vivir la desobediencia de un hijo como la reproducción de su rebeldía adolescente frente a sus propios padres.

A todo ello se une con frecuencia un movimiento depresivo debido a las múltiples pérdidas, reales o simbólicas, que los progenitores sufren en este período, entre ellas dos pérdidas son particularmente importantes: por un lado, la de los propios padres, y por otro lado, la de los hijos que salen del ala protectora parental dejando el hogar para llevar sus vidas independientes.

Lo importante de esta crisis es evitar caer en conductas resistentes rígidas que no le permitan a las personas hacer frente a esta etapa o buscar dilatarla en el tiempo puesto que el impacto y el desorden tanto familiar como individual futuro será mayor mientras más personas se vean involucradas en este conflicto, como por ejemplo, familias extensas que han evitado el nido vacío o los jóvenes han rehuido a la idea de independizarse y que con el tiempo los conflictos terminan dañando a todos los miembros de la familia, desde el bisabuelo al bisnieto que comparten el mismo techo.

 

 


 
 
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