Para muchas personas adultas, la adolescencia es un periodo de la vida extraño, ajeno y difícil de entender, esto puede parecer algo curioso considerando que todos fuimos adolescentes. Esta aparente amnesia que muchos parecen vivir es altamente recriminada por los mismos adolescentes, y puede que tengan razón, esto ya que la mayoría de nosotros cuando fuimos jóvenes también nos quejamos de que los adultos no nos entendían y que sólo se ocupaban de juzgarnos sin ponerse en nuestro lugar. Tal vez sin darnos cuenta, nos convertimos en eso que por momentos tanto odiamos, en esos amargados moralistas que sólo se preocupaban por las apariencias, los debeísmos y las normas injustificadas. Claramente la gradual adquisición de responsabilidades nos ha hecho ver la vida de una forma diferente, pudiendo así entender todos esos arduos sermones entregados por nuestros padres en donde reiterativamente escuchábamos esa martillante frasecita “cuando seas padre (o madre) me entenderás”.
Sin lugar a dudas, la experiencia adquirida en nuestros años de vida nos permite conocer y a veces entender los problemas por los cuales los adolescentes pasan, más que mal, nosotros también pasamos por eso, sin embargo, pareciera que en muchas ocasiones se nos ha olvidado que es lo que uno siente cuando pasa por esas experiencias. Dichas vivencias son emocionalmente intensas y le significan al joven el estar expuesto a situaciones que no saben como manejar. Es por esta razón que se señala que la adolescencia es tanto una etapa como una crisis.
Una crisis se puede entender como un cambio inevitable al cual la persona debe adaptarse con los recursos que este posee, dichos recursos van desde el conocimiento, la tolerancia personal, su inteligencia emocional o la red de personas que le pueden brindar apoyo en un momento específico. Es por esta razón que es de gran importancia brindarle al adolescente las condiciones necesarias para que este pueda pasar de su infancia a su vida adulta sin un costo emocional que lo perjudique como futuro adulto.
No nos podemos olvidar que es altamente estresante el tener que gradualmente comportarse como adulto cuando en momentos nos sentimos como niños y al otro como personas mayores. Es cierto que algunas conductas de los adolescentes pueden ser altamente frustrantes e irritantes para nosotros, ya que somos responsables tanto de su integridad como de su formación. Es aquí en donde frases como “lo hago porque te quiero” no sólo son constantes sino que también ciertas. Es este rol de formador y protector el que no debemos dejar de lado, sin embargo, cuando esto está acompañado de la empatía, la comunicación honesta y respetuosa, y por sobre todo el cariño, nuestro trabajo se hace mucho más fácil y además ellos son mucho más felices. Recordemos que es cierto que no hay un manual para ser padres, sin embargo, tampoco hay uno que les enseñe a ser adultos.