Viernes, 29 de Marzo de 2024  
 
 

 
 
 
Opinión

Cerros islas, historia y patrimonio territorial en Aconcagua

Por Abel Cortez Ahumada, Coordinador Línea de Patrimonio, Centro de Investigación en Turismo y Patrimonio.

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La conformación geológica del valle atiende a procesos de acumulación de cientos de miles de años, donde el agua y los vientos horadaron rocas y sedimentaron piedras y barro, conformando estas ricas planicies de relleno que van de los cinco a los cien metros de profundidad. Bajo ellas, una espesa, abigarrada y joven masa rocosa, se expresa y pugna por levantarse desde el mar a la cordillera.

Más allá de la gran cantidad de relleno acumulado de tierras y piedras que dan origen al valle, éste no pudo cubrir todas las cumbres de las estribaciones cordilleranas. Quedaron no pocas cumbres, unas más altas que otras, que hoy vemos como cerros aislados, que sin embargo, están conectados, bajo tierra, entre sí y con el tronco maestro andino.

Son Cerros Islas, una serie de cumbres de baja y mediana altura que se diseminan por el Valle, sobre todo en el área más oriental, al norte y al sur del río Aconcagua. El cerro de la Virgen, en Los Andes; el cerro San Francisco, de Curimón y, el Yevidem (Almendral), en San Felipe. El Paidahuén y el Ají, en San Esteban; Las Herrera, en Santa María; el cerro Patagual, Pocuro y la pequeña loma de El Castillo, en Calle Larga, son algunas de estas cumbres aisladas que caracterizan a Aconcagua, sobre todo respecto de otros valles, que no poseen esta cantidad de formaciones.

La suave pendiente del valle hace que se alcen como hitos de la geografía de la planicie, configurando una espacialidad particular, que acompaña a los seres humanos desde antiguo. En efecto, los primeros habitantes de Aconcagua vieron en estos cerros una forma de organizar el territorio, puesto que les permitió guiarse en recorridos e identificar áreas y lugares: el cerro del costado sur del río, el cerro cercano a la rinconada, aquél que se ve luego de traspasar el valle. Estos cerros organizaron la geografía social de las poblaciones prehispánicas y es por ello que los semantizaron, les inscribieron sentidos y signos a través de petroglifos, como los del Patagual y el Paidahuén, pero quizás otro tipo de simbologías y acciones (humos, fogatas, celebraciones) cuya materialidad es imposible rastrear o apreciar por nosotros hoy en día.

Esa misma condición icónico-territorial del cerro isla, los hizo referenciales en la conformación del trazado de la red hidrológica prehispánica, como también del emplazamiento de las mercedes de tierra y asentamientos, cuando sobrevino la conquista y la colonización humana y espacial de América y el Valle. Los españoles también usaron a estos cerros como mojones y demarcatorios, apareciendo como hitos en los deslindes de propiedades y en los primeros planos coloniales.

A su vez, en sus costados aparecieron más acequias, callejones, servidumbres de paso y algunas viviendas, que comenzaron a describir circunvalaciones viales que fueron imprimiéndole un sello particular a la forma que adquiría las divisiones territoriales.

Pero, junto a ello, estos Cerros Islas siguen siendo reservorios de la flora y la fauna nativa. Desde guayacanes a hierbas y flores, espinos y matorrales, desde zorros, aves y réptiles. Aún hoy, estas cumbres en plena planicie, hacen posible que vivan y encuentren refugio poblaciones de flora y fauna nativa, sobre todo aves que las usan como miradores y áreas de protección.

Las ciudades se expanden hacia estos cerros pero, por su extensión y masa, siguen representando nodos de naturaleza, aunque con grandes niveles de antropización. Varios de estos cerros, en sus faldeos, han recibido a poblaciones pobres que en virtud de sucesivas tomas de terreno, desde los años 70 y 80, construyeron verdaderas poblaciones, que no pocas veces han afectado al patrimonio natural (sobre todo flora por explotación y pérdida) y al patrimonio cultural (destrucción y daño de petroglifos).

Con todo ello, más allá de estas poblaciones informales que han crecido y siguen creciendo en ciertos sectores, los Cerros Islas representan un tremendo patrimonio territorial del Valle. Son hitos geográficos que organizan y modelan el espacio, orientando flujos y tramas viales e hidrológicas. Se implantan a su vez, como áreas naturales de alto valor, sobre todo, respecto de continuos procesos de expansión urbana en el Valle. Son miradores privilegiados para contemplar, observar, fotografiar, medir, pintar, conocer y estudiar la geografía y la sociedad, la cultura y sus paisajes.

Es en este sentido que nuestros cerros islas pueden considerarse aún subutilizados como recursos del territorio, posibles de articular en diversas acciones y programas, desde los turísticos a los educativos, desde la reforestación a la instalación de equipamientos públicos (zoológicos, centros de interpretación, áreas deportivas). Debemos apropiarlos como espacios sociales y culturales, que bien protegidos y con una adecuada señalética e infografía interpretativa, pueden convertirse en núcleos de expansión de la vida social, atractores patrimoniales de un turismo de intereses especiales y fuentes para la comprensión de la historia y la cultura regional.

 

 

 

 


 
 
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