Sabado, 20 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Opinión

Imágenes de una infancia

Por Franco Contreras.

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Sentado en una plaza de Chiapas, México, escucho como  las marimbas endulzan el aire, observo los niños correr alegres alrededor del quiosco (pérgola), las familias disfrutar de la tarde, los turistas encantados con la belleza del lugar y por un instante sentí la grata sensación de ser transportado por el entorno a mi propia infancia. Recuerdos de jugar cuando había que hacerlo, limitado solo por el almuerzo, la escuela y la hora de dormir. Mis sentidos se posan nuevamente sobre las marimbas, comienzo a reconocer dignidad, alegría y frustración en los rostros que de pronto se tornan en niños vendedores ambulantes y lustra botas que no son la mercantilización de los sueños de kidzania, sino la expresión dolorosa del contraste entre los afortunados que aprendieron a jugar y los olvidados que solo lo hacen cuando la naturaleza de ser niño supera la necesidad de aportar al sustento de sus hogares.

Súbitamente se activa el automático del sistema que inicia la reconstrucción de la presencia infantil en las calles y plazas de mi memoria. Me descubro un verano en los “paraguas” de calle Esmeralda en Los Andes, mirando los pies descalzos de un niño que mendiga con su madre a finales de los 80tas. Sorpresivamente aparecen imágenes de niños y niñas descalzos junto a su madre vendiendo artesanías en Iguazú,  pregunto sus nombres y su lenguaje corporal muestra vergüenza, como si su nombre indígena estuviera prohibido, la misma reacción tiene la joven aborigen que vende pulseras en Campeche, en ambos casos prefieren responder con un nombre español en lugar del que su ascendencia les concedió.

Vuelven los juegos infantiles a Colonia del Sacramento con el Rio de la Plata como telón de fondo. Me veo corriendo por los cerros de San Esteban junto al montón de primos que la vida me entrego. Tropiezo y caigo, trato de erguirme, pero el dolor indica lo contrario, instintivamente mis ojos se posan sobre una rodilla que mezcla sangre y tierra, levanto la mirada y el escenario es distinto, hay un chamaco que canta rancheras arrodillado por el peso de un acordeón que emana melodías gracias a sus pequeños y agiles dedos a pocos metros del palacio de Bellas artes en México DF. Los pibes famélicos en la Argentina del 2001 y el sufrimiento de los niños mapuches violentados por la policía en sus hogares hoy en Chile, contrastan indefectiblemente con las carreras entre risas frente a la catedral de la Habana.

Cada unos de nuestros niños del pasado y presente se convertirán en los adultos del futuro, envueltos en una inverosímil diversidad de realidades que conviven al mismo tiempo en distintos lugares, generando un "gap" constante, un espacio vacío, que me recuerda una conversación en la que pude visualizar un mundo inmerso en una diferencia que empuja hacia el equilibrio, lo que en justicia social debería conducirnos a la equidad, para que nuestros niños se desarrollen en igualdad de condiciones.

 

 


 
 
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