Cada cierto tiempo, y cada vez con menor fuerza, las elecciones en Chile (y el mundo) suelen considerarse, junto con un ejercicio ciudadano, en la instancia por excelencia para soñar, debatir y proyectar el tipo de sociedad que queremos en el aquí y en el ahora … no obstante, con implicancias y repercusiones que configurarán el mañana.
Las apuestas y proyectos en boga son diversos. Casi tanto como el número de actores que desean alcanzar un escaño de representación popular, enfatizando que su programa y el de sus respectivas colectividades es la mejor solución para el devenir de las personas. Y se agradece. Sobre todo, debido a que la esencia de la política radica en la convicción y en la fundamentación del hacer cotidiano amparado por la institucionalidad vigente… y/o en el apremio de querer modificarla de acuerdo con los requerimientos {postulados} de una sociedad mejor y más justa.
Pues bien, ¿qué se entiende por justo y/o por sociedad mejor? son cuestiones que adquieren matices dependiendo del sector en que nos situemos, como también producto de la consideración valórica/dogmática/ideológica que escojan las distintas colectividades para desarrollar (y/o responder) sus iniciativas en un período acotado. Y es ese uno de los principales problemas que nos aqueja: El desarrollo pasivo de la ciudadanía que ha quedado sujeta a la elección de representantes cada 4 años y con alternativas que, muchas veces, lejos de cumplir sus expectativas, descansan en la elección de lo desconocido y/o lo “menos malo”; y lo que es aún más lamentable, con baja abstracción y satisfacción por parte de quienes escogen a un candidato.
En consideración de lo anterior, creo es necesario avanzar en el empoderamiento del ciudadano. Y mayor aún, en una reconsideración de este frente a los representantes electos. No como un mecanismo de deslegitimación frente al quehacer político institucional, sino más bien, con alternativas que robustecen el lazo de interdependencia entre los electores y los elegidos. A modo de ejemplo, situemos nuestra mirada en el avance y/o discusión sobre el voto programático en los niveles locales e intermedios, y de manera complementaria en el desarrollo de referéndum revocatorios (bajo un mecanismo similar al colombiano. Es decir, transcurrido mínimo un año {desde haber sido electo}, y con un número de firmas no menor al 40% del total de votos de los comicios, dependiendo del cargo de que sea objeto dicha iniciativa) cuando la insatisfacción y/o el incumplimiento de los representantes lo amerite. De ese modo, reinsertaremos al ciudadano de manera activa en la política y en el ejercicio del poder de los elegidos, mientras que por otro, se augura una profesionalización del quehacer político… lo que a la larga debiese ayudar a recuperar la confianza y la desafección que desde un tiempo a esta parte nos afecta.
Mientras tanto, recordemos que la democracia es y debe ser objeto de un desarrollo procedimental. Constante y ad hoc a la voluntad soberana de las personas. Por tal motivo, hemos de participar y de la manera más activa posible. Si bien este domingo no poseeremos los instrumentos descritos para el fortalecimiento de la democracia, podremos deliberar, y he ahí una obligación de cada persona, por quien mejor nos represente. Para otra ocasión podremos (esperemos) elegir a nuestros intendentes y así salir de ese ingrato grupo de países que no escogen a sus autoridades intermedias mediante sufragio popular. Por ahora, infórmese, vote y forme parte del proceso eleccionario, pues en el actual contexto, una de las formas más efectivas de manifestación es el voto y la elección de nuestros representantes.
|