Jueves, 28 de Marzo de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… El Toro de Marco

Crónicas de pueblo de Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

 

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Por allá por la década del sesenta, Marco recorría los campos de la hacienda antigua en los rincones costeros de Lo Abarca, en la provincia de San Antonio. Unas pocas pertenencias y labores al día eran su costumbre, la contextura gruesa y mediana estatura le permitían desarrollar la mayoría de los trabajos de la época, como la siega de trigo, alambrado de los potreros, arreo de animales, baño de las ovejas y una que otra chacarería.

Estando en el velorio de doña Chepita en los campos del Turco, una vez pasada la etapa del pésame, rezos, lloronas y fogatas, se puso a beber con algunos lugareños y un “futre“. Los gloriaos iban de la mano con los mazos de cartas que se avivaron con el juego de briscas, característico divertimento del campo del 1900. Ya despedida y un tanto olvidada la finadita, las apuestas salieron a relucir. De madrugada una mano salvadora de cartas hizo ganar a Marco un lindo ternero lechón de criadero fino. Cabizbajo el futre montaba de regreso en su potro alazán cariblanco.

En la zona una gran hacienda, heredada de las encomiendas coloniales, trabajaba lo característico desde centenas de años. Una ganadería bovina y ovina, con camperos específicos en cada rebaño. La organización social de inquilinaje implicaba un sueldo muy exiguo y las regalías propias que permitían vivir de acuerdo a las circunstancias. Entre ellas estaba la vivienda, generalmente de adobe, superficie para chacra, talaje para animales, fardos de alfalfa, sacos de trigo y derecho a invernada para vacunos y caballares.

Marco, de allegado en una de las casas de la hacienda, hacia algunas changas cuando don Luis, el cajero del fundo lo requería, su condición de andariego no calzaba con el perfil de inquilino. Un alma libre en tiempos de organizaciones sociales muy rígidas era escasa, sin embargo, existían, y el caminante Marco así lo demostraba.

Los trabajadores del campo criaban sus animales, generalmente vacas, las que eran cubiertas por los reproductores del fundo, pues los animales subían a precordillera, todos juntos, para pasar las invernadas. Un toro no era conveniente para los inquilinos, solo les causaba problemas de crianza y gastos, de manera que los machos eran criados para el consumo o eventualmente como yunta de bueyes.

Marco y su ternero lentamente se afincaban en la hacienda. A pesar de los escasos recursos con que contaba, se negaba a venderlo, además lo mantenía entero, sin importarle lo baguales que se ponen en sus celos.

A los dos años, pesaba alrededor de 800 kilos y las peleas con los toros del fundo dejaban alambrados en el suelo, gritos despavoridos de los campesinos, polvaredas tremendas y cachos rotos por todas partes. El toruno mulato de tungo poderoso de Marco, era toda una leyenda en los campos de la hacienda y alrededores.

Solía estar en el potrerillo “el rulo”, por donde pasaban los jóvenes en el verano, de camino al tranque, para los chapuzones refrescantes. A la distancia un bufido y escarbadas de tierra anunciaban la imprudencia de acercarse. Ojalá verlo desde lejos, pues un encuentro de improviso detrás de un espinal no era muy saludable.

Los toros del fundo fueron normalmente claveles y overos negro, tirados a razas lecheras, de carácter más noble y mansos. Mientras que el mulato era de los sureños, de carne y criado al pie de la vaca, pesado como un Shorthorn y vivaz como Angus.

Se cuenta que la relación entre Marco y su toro fue de complicidad total, de manera que la condición para seguir trabajando en la hacienda era vender el mulato. Situación que no llego a concretarse.

Marco y su toro enfilaron hacia los caminos de Quebrada Honda, en la costa rural, ahí se perdió la huella de la leyenda.

Sin embargo, pasaron los años y el espíritu de las aventuras, los remolinos de tierra, las tranqueras caídas y las alambradas en el suelo seguían recordando al andariego y su toro mocho, nacido en las briscas gloriosas de la fina Chepa.

 

 


 
 
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