Miercoles, 16 de Julio de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Los señores de la Querencia y Calle Larga

Por Nelson Venegas Salazar, Abogado, Bisnieto de Inquilino.
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Foto: Andes Online

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La telenovela de TVN “El señor de la Querencia” viene en parte a reivindicar el rol que debe desempeñar la televisión en la sociedad, es decir entretener, y a la vez educar, o a lo menos generar espacios de reflexión. Esto por que su libreto, que a ratos pudiera parecer un tanto exagerado, contiene efectivamente hechos, situaciones y personajes que poblaron nuestros campos antes que se produjera el desplazamiento de sus habitantes a las ciudades, con la consecuente proletarización urbano-industrial de principios del siglo XX. De esa realidad pueden dar cuenta algunos textos de historia, como los publicados por nuestro premio nacional de historia Gabriel Salazar en sus libros “Labradores, peones y proletarios”, o “Ser niño huacho en Chile”, de recomendable lectura. Lo mismo puede leerse en los libros del historiador José Bengoa, principalmente en su “Historia del campo en Chile”. Es muy probable que, además, entre los integrantes más antiguos de nuestras familias encontremos a alguien que pueda también dar testimonio sobre esta realidad. Nuestro país desde sus orígenes se estructuró sobre la lógica del “patrón de fundo” y los inquilinos, y de ahí proviene gran parte de nuestra idiosincrasia, de nuestras instituciones, y de la manera de entender la forma de vivir en sociedad. Piénsese a modo de ejemplo que en los albores de la República para ser parlamentario se requería el dominio sobre una porción de tierra. Por eso sólo se legislaba en aquellos meses que no fueran de siembra y cosechas, épocas que después se hizo coincidir entre el 21 de mayo y el 18 de septiembre, la que hasta el día de hoy se contempla como fecha de legislatura ordinaria en nuestro Congreso Nacional. Y si usted piensa que la forma de actuar del señor Echeñique es una exageración del guión, puede revisar un poquito nuestra historia reciente, y ver que les pasó a aquellos que pretendieron hacer la reforma agraria en los años setenta. Están como ejemplo los hornos de Lonquén, el callejón de las viudas en Paine, la tragedia de Mulchén, o la entrega de listas de campesinos “revoltosos” a los militares para que ellos se hicieran cargo. Luego vino el boom agroexportador de los ochenta, y nuestros Echeñiques ya no necesitaron de los inquilinos porque encarecían la producción, así que fue la hora de los temporeros y temporeras, es decir, la fuerza laboral más precarizada de nuestro país. Ahora la asistencia y el problema habitacional dejaron de ser problemas del patrón, y fueron traspasados como responsabilidad del Estado. Otro personaje interesante de la serie lo constituye “Buenaventura”, un inquilino obediente y leal al patrón, cuyo eterno agradecimiento al pedazo de tierra cedida conculcó su propia dignidad y la de los suyos. Por estas razones me parece interesante la novela, porque representa de alguna manera de donde venimos, los que fuimos, y lo que todavía somos. Así se podrá encontrar a los herederos de los Echeñiques en un sitial parecido al de sus ancestros, oponiéndose a la píldora del día después, abogando por la flexibilidad laboral, negándose a la negociación colectiva, y procurando la reproducción de la desigualdad social a través del ataque a la educación pública. Pero por otro lado están también los “tataranietos” de los inquilinos, esos que se hicieron obreros contratistas, o empleados, o aquellos, que con mucho esfuerzo, lograron hacerse profesionales, todos estos con la esperanza que de una vez por todas los “Buenaventuras” despierten, y tomen conciencia que deben estar con los suyos, para así algún día poder darle definitivamente vuelta la mano al destino. Quizás Calle Larga sea un buen lugar para comenzar.—


 
 
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