Sabado, 27 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo rural… Montaña de los Cuarenta años.

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Francisco Gacitúa, premio nacional de arte, a fines de los 60, inició un recorrido por las montañas de América del Sur, buscando la gran piedra. Fue así como llegó a las canteras de Quito, su martillo era la carta de presentación y su oído aguzado comenzaba a familiarizarse con las frases quechuas, que susurraban al unísono del golpeteo de las piedras. Con el tiempo comprendió que los canteros buscaban el Shungo, el corazón de la piedra. Comenzaba así la vida de escultor, con un horizonte claro, encontrar esa piedra compatible con el hombre, una roca comestible.

Qué duda cabe que la cultura ancestral es inspiradora, que la cordillera de los Andes del Sur nos ha marcado y seguirá haciéndolo. A principios de los 90, bajaba desde Libertadores, en el furgón Kia azulino, lo conducía Luis Vásquez, cielo cubierto y Caracoles completamente tapado de nieve. Las manos de conductor hábiles y seguras, una velocidad baja y constante, propia de un cordillerano de mil batallas. En el momento encontré exagerado el tiempo que hicimos hasta encontrarnos con Juncal, sólo vine a entenderlo años después, cuando subía una tarde cerrada y una curva, me dejó mirando en dirección a Los Andes.

El lenguaje del valle de Urubamba, indicaba una manera pacífica de ajustar las piedras, una tranquila doma, siguiendo las fracturas naturales de las vetas. Una mirada que los antiguos aplicaban en el encuentro del corazón de la montaña, que podía traducirse en el agua que mojaba las entrañas, en el polvo que fundía de diferentes tonos las laderas empinadas o una geoda de profundidades. Nuestro caminar de años en las montañas centrales del país, trata de descubrir las señales que han causado historia en los últimos 50 años.

Las cinco viudas de nuestros compañeros de labores, rápidamente se reinventaron y cabeza arriba conmemoran año a año la caída del cerro El Indio, pero siguen con sus martillos esculpiendo a cada familia que hicieron junto a los colegas que fallecieron en pacto con la montaña. Los cierres del paso Cristo Redentor siguen ocurriendo, los inviernos van amenazando, mas las cargas del 3 de julio de 1984 no se repiten, pues ese fue nuestro corazón de piedra. Los carros del transandino ya están completamente silenciados, las prodigiosas escaladas se fueron junto a nuestros inolvidables, Santander, Vásquez y Salazar. Los camiones tomaron la ruta, una muy difícil que año a año cubre de animitas los costados.

Domingo Valdés y Porfirio Valladares no encontraban secretos al ingresar a Río Colorado, los corrales de piedra los esperaban, junto a los arrieros, que presurosos enfilaban a la Cruz del Padre. El camino de acceso llevaba dos días de recorrido en mula, hasta el estero Columpios, la entrada por el Maitén, permitía cruzar el Portezuelo de las Minas, siguiendo por el costado occidental del Río Colorado. Arriba en las proximidades del Valle Hermoso, ambos funcionarios respiraban el deber cumplido, al igual que el escultor cuando mansamente se iban presentando los relieves de su arte.

Ha comenzado el otoño, tímidas neviscas indican la aproximación del 3 de julio, la fecha que conmemoraremos los 40 años, el día donde descubrimos tu corazón de piedra. Antonio Veas, mira tranquilo, doña Graciela hizo la tarea y sus pequeños hijos, ya están completamente consolidados. Para ellos, lo mismo que para nosotros, la montaña está ahí, en las entrañas de nuestro ser, un camino pedregoso pero protector, sinuoso mas no desconocido, somos parte de sus 12 mil años de conquista, vamos y volvemos, sin poder despegarnos. Dicen que es una ruta poética, una suerte de “dimensión paralela”, andenes y relieves de ensueños, pero también reales, que masticamos a diario.

Francisco Perales y don Mario Robles ya subieron a los carros del transandino, la locomotora Kitson- Meyer ya va en marcha regular, una gran carga de granos estibada y segura, pasajeros no dan crédito al paisaje brillante, con los primeros rayos de sol.  Su labor de inspección de pasajeros y equipaje se iniciaba en frontera y terminaba en Los Andes. Las vistas desde la falda de la cumbre, los ocasos al pasar por los cobertizos y la entrada al verdor de Guardia Vieja, junto al río Aconcagua, los hacían alucinar, al nivel del escultor que 500 metros bajo tierra en la mina El Teniente en Coya, quedaba casi ciego por los cristales iluminados de una geoda gigantesca.

Ahí van nuestras 5 viudas, en su peregrinaje de penitentes logrando la cumbre, con la mirada sombría de inicios de otoño, pero con la fuerza incombustible de haber saboreado el shungo de la montaña. Después del infausto 3 de julio de 1984, ya nada podría pasar, así fue la conquista de los andes centrales, un gran tratado, un sacrificio, una eternidad. El escultor sigue yendo y viniendo de los cerros,40 años después nosotros también continuamos en medio de la montaña, un destino que, con espíritu ancestral, miramos y luchamos de la mano de nuestro cerro, el del pacto, El Indio.


 
 
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