Domingo temprano, antes de terminar la primera semana de feria, se hace imperdible el mercado de Santelmo, en los alrededores del centro cívico. La llegada por la calle de las esculturas de historietas, nos reciben en cada esquina, con una reposada Mafalda descansando en un amplio escaño. Las calles adoquinadas nos llevan a tiempos idos, respetuosamente cuidados, con interesantes flancos de casas de antigüedades. La guinda de la torta es el galpón de Santelmo, histórico lugar, que conserva en su interior una arquitectura en fierro con techos altos, portones en latas, con ese oxido culposo, pero demostrando carácter y experiencia, amén de imperdible gastronomía.
Nos vamos nuevamente a La Rural, la competencia va por la presentación de los caballos de trabajo, elegantemente mostrados en aperos y movimiento de rienda. Un jurado de tres gauchos en el centro de la pista, observa como el jinete entra a la cancha posicionándose y abriendo la tranquera. A paso tranquilo se ubica cerca del mesón, desmonta y saca la cabezada de las riendas, a lo más un borneo y un manotazo al suelo, para nuevamente poner el rendero y montar, sin que se mueva el pingo. En cada prueba se van indicando los puntajes, el gaucho va mostrando el caminar, trote y galope, una corrida veloz diagonal con entrada de patas al freno. Sigue el ocho y un zigzag, que sacan aplausos instantáneos, finalmente el borneo del lazo a galope tendido, dice adiós a la prueba.
Matías pacientente escarmena la cola de Místico, el toro de la cabaña Don Benjamín, agua y concentrado no puede faltar y algo susurra en su oído, cual cómplice que busca la escarapela. Me relata su preparación del último mes, en un pequeño potrerillo, dando paseos a diario, a soga con nudo pescuecero, ni mocheta ha necesitado. Agua fresca a discreción y fardos de alfalfa de tercer corte más grano y ensilaje, ha sido su dieta. En paralelo siguen las pruebas de caballos de trabajo y la de aperos, representando diferentes épocas, muy bien ambientados con un relato que nos pasea desde el 1800 en adelante. Sin embargo, la expectación está en las presentaciones al final del día de las tropillas entabladas. Ya relinchan en el corral y se sienten los vaivenes de cada cencerro.
Mi compañera ya ha mirado de reojo los ponchos de lana cruda, ha comentado que el aire está fresco, mientras no dejo de observar los nombres de las cabañas ovejeras que tanto abundan en La Rural. Un breve descuido con las razas que inquietas se echan y levantan, sabedoras que están de visita, bastó, para que ella se escapara a un pequeño modelado. Teresita y Hugo, ya me los presenta, artesanos y expositores del estand de la “Asociación Argentina de Productores de Texel”, quienes con mucha amabilidad explican su trabajo, su origen de la provincia de Buenos Aires, aspectos personales que ofrecen cercanía y la elección de una lana bien densa, definida y mucha ondulación. El poncho ya estaba puesto, era hecho para ella.
Atestadas graderías se inquietan y comienzan los silbidos, para que la pista se llene con el movimiento dócil, fuerte, colorido y emocionante de las tropillas. Nunca se podrá asimilar el conocimiento teórico a lo que es sentir in situ este tipo de trabajo, que los gauchos utilizan, al no haber suficientes riendas ni corrales. Comienza el entrevero de las tropillas, los ojos bien abiertos, las manadas entran diferenciadas y las yeguas madrinas con un cencerro en el cogote guían al resto, los colores de cada rebaño hacen un cuadro indescriptible, tordillas, zainas, mulatas, bayas, appaloosas, negras y coloradas. Imposible no sentir la fuerza arrolladora de una sangre tan históricamente unida al hombre de campo.
La historia dice que el gaucho al convivir con los autóctonos adoptó el mate, como parte de su idiosincrasia, a la par de andar a caballo y el asado, mas sin duda su cultura va mucho más allá de eso. Se inicia la segunda semana y el regreso es irremediable, las juras del ganado las seguiré por las redes, especialmente el jueves 25, donde saldrá a la pista Místico y toda la adrenalina de Matías y la cabaña Don Benjamín. Me voy con un dejo de tristeza, pero también con la energía de seguir vibrando con la vida de campo, especialmente jubiloso de leer las descripciones de las pulperías de Roberto Cunninghame, por allá en el 1868, “en un mostrador de muro a muro, se alzaba una reja, donde el cantinero pasaba las bebidas, cajas de sardinas y libras de papas o higos “… entre otras.
Rápidamente fue avanzando la semana y apareció Pehuajó, un Bradford ganador que abrió el día lunes, luego Baldomero causó expectación en la raza Brangus. Invernada y Rubeta fueron las cabañas que arrasaron con las Angus. Me detengo en la exposición de la raza criolla patagónica, estudiada por la Universidad Nacional, para rescatar y posicionar su rusticidad, que haría honor a los primeros bovinos, llegados en el siglo XVI.Cien años cumplían los Hereford en Argentina, así llegó el jueves, donde se presentaba Místico y desde la distancia hacía fuerza por su bandera, pero una malograda de mano, lo dejó fuera por lesión. Un antiguo dicho indica que “no por mucho madrugar se amanece más temprano”, y Mark de la cabaña Los Murmullos fue el ganador campeón. No hay que apresurarse, la hora de Místico llegará a su debido tiempo, buen regreso a Saldungaray.
Un día despejado en el regreso, dejaba admirar la ancha cordillera y si bien las imágenes eran recurrentes al ganado e historia de La Rural, no podía dejar de retroceder a los tiempos de la independencia que tanto unió a nuestros países. Diez mil mulas y un mil caballares desafiaron las montañas y su clima. La zona de Plumerillo se convirtió en una gran fragua y los gauchos realizaron los herrajes, ahora y antes, fue la gente del campo, las labores del campo, el alma del campo, los responsables de encontrar las soluciones. A la usanza del huaso, gaucho o arriero, me tomo el ala del sombrero y me despido hasta la próxima.
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