Doña Nieves no se despegaba del notebook, como buscando absolutamente todos los versos, glosas, décimas y coplas que el caminar de Juan Alfaro Robledo ha dejado en la vera de su camino. La voz profunda de sus cansados años no se ha desteñido. Su mirada firme trasunta la sabiduría de antaño, esa que ha sido traspasada por la sangre de sus antepasados y no sólo me refiero a la de sus padres o abuelos, mas bien a los habitantes de origen, pues en sus reflexiones se define como un hombre del Aconcagua, sin discernir si esos ancestros vienen por el lado de diaguitas o mapuches.
Sin soltar un instante el mate cebado por Nieves recuerda los caminos andados con detalles increíbles. Sólo se desconcentra al observar por la ventana un rebaño de cabras y galopes cortos del potro Pirilampo y su yegua Lucero. Sin saber aún cómo hilvanar una lectura ni amarrar las letras, ya sacudía las cuerdas de una guitarra, para entonar cánticos con abuelos, padres y los once tíos, por allá en la Hacienda Cañas Altas a un suspiro del Choapa. Su mente privilegiada, lo hace “meterse en mundos raros”, a ratos cuesta seguirlo, pues sus relatos tienen ese dejo poético que incluso en celebraciones termina con una cavilación.
“Ahí conocí a mi madre”, lo miro con desconcierto, pero la historia sigue con Violeta Marina Robledo cabalgando en su caballo Soquete, con una pierna cruzada y su pequeño hijo en la estrecha cabecera de la montura, el río bajaba con premura, la bestia se espantaba, mas la fuerza de sus brazos lo afirmaban al regazo, pudiendo palpar la seguridad del amor maternal, la guía del camino y las vicisitudes que podrían estar llegando en la vuelta, quebrada e incluso en senderos rectos. A ratos me hace sentido el “No soy de aquí, ni soy de allá”, de Facundo Cabral, cuando inicia el relato en las pampas calicheras, con su abuelo Juan Rafael Alfaro Rojas aparejando las carretas con mulas, a eso de las cuatro o cinco de la madrugada.
Siguiendo en su niñez, va desde el caliche a la mística tierra del Choapa, donde la cultura diaguita dejó huellas profundas. Juan y Violeta, sus padres, entre medierías y arriendos conocieron el trabajo campesino en las haciendas Peralillo y Limávida, los tiempos no eran buenos para los campos y conocieron también esas caminatas de forasteros, pero siempre en familia. En paralelo cada concepto de antaño derivaba en décimas, esas que paran los pelos al estar junto al protagonista, artista, siempre humilde, mas no servil, no protagónico, no de voz severa, todo lo contrario, una dicción amigable y profunda, como uniendo la historia con cantatas sinérgicas entre el inicio de los siglos y nuestro presente caminar.
La gran película de Andrés Wood y Ángel Parra tocó nuestro valle y de una manera bastante casual se hizo muy importante la participación. La puerta de la casa de Juan Alfaro se abre a la visita de uno de los directores del filme, su conversación y disponibilidad del cantor, fue mucho más allá de un par de tomas o cantos en décimas, la inteligencia, experiencia y conocimiento del campo hizo que se incrustara en el corazón y dirección de diferentes tomas, por alrededor de cuarenta y cinco días. El primer recorrido con los camarógrafos llegó a Los Chacayes, a la siga del cantor Pedro Salinas, quien se encontraba en el cerro detrás de una gran roca, un burro, una pala y un sombrero, lo que quedó completamente registrado.
Cómo no van a hacer mundos raros en los que se mete, si en un dos por tres, estaba dirigiendo una filmación de la bajada de piños ovejeros, por allá cerca del tranque La Paloma, en la misma película, de cantor a cineasta, de pie pelado a respetado, de calichero a místico, con destino de iletrado, pero sabio al contrapelo. Su madre Violeta, profesora y campesina no perdonó ausencias en aulas, sin importar el lugar y los colegios Santo Tomás de Aquino, El Esfuerzo, Escuela Cerrillos, Escuela Fiscal, Escuela de las Máquinas y Liceo Max Salas Marchant, educaron al cantor, con la conciencia de poseer apellidos españoles, era la ley, mas agradece una educación “champurreada”, pues así vinieron desde variadas vertientes.
En agosto del 2011 se estrenaba “Violeta se fue a Los Cielos”, biografía de Violeta Parra con luces y sombras, entre raíces, amores y sueños, un filme visualmente impactante, entre sepias, velas, chonchones y lámparas de tubo. Arregladoras de angelitos, a la usanza del Aconcagua, tampoco olvida la métrica ni a su amigo Pedro Salinas, cantor y chino, el último cuarteador de carretas con bueyes, afirmando coyundas, correas y yugos, en los tiempos que el puente David García caía con los caudales. Sé de su obra laureada, importante y destacada con numerosos reconocimientos, también reconozco que prefiero escribir de personas más anónimas, mas al final del encuentro, he tratado de exponer a ese muchacho, hombre y campesino que puede que camine débil, pero de una estatura intelectual y artística inmensa, que realmente emociona.
Ya han pasado algunos días de nuestro encuentro en La Chaparrina, pero a Nieves y Juan los siento a mi lado, el cebado del rudo mate amargo, el amor en la búsqueda de glosas perdidas, la voz grave y profunda del cantor, el respeto por la obra, por antepasados, por la humilde, simple y verdadera chilenidad. Espero volver algún día cualquiera y poder sentarnos en la misma esquina de su mesa, insistir en el pasado metiéndonos en mundos raros, en los esteros, loicas y ganado, con sus versos, décimas y coplas, con una sola distracción, los caprinos, Lucero y Pirilampo.
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