Estando de vacaciones en la Región de Coquimbo pensaba a la distancia que las noticias en Los Andes se estaban acabando pues lo único que había eran los polémicos dimes y diretes de connotados personajes públicos entorno al gasto municipal de la anterior administración.
Todo esto creó una atmósfera política respirable a ras de piso que permitió el regreso triunfal a la farándula de la opinología a varios personajes de diferente peso intelectual. Una polémica que le prestó ropa, por ejemplo, al “abominable hombre de Bergen”, un borroso personaje que se alimenta de la carroña política (algo típico del Síndrome Miope Noruego) y que en su intrascendencia se atreve a realizar comentarios sobre principios éticos en la política andina que francamente dan escalofríos, como si fueran una gota de limón en un vaso de leche. El “abominable hombre de Bergen” anda siempre con la del bandido, creyéndose experto en crear cargos de conciencia y jurándose paladín de la justicia. Pero ni su gorra tipo “Negro Piñera” (porque no da para el Che) ni su habano revolucionario cubano que expresa alguna fijación oral ideológica (fellatio política), camuflarán la verdad que no es más que “el diablo vendiendo cruces”.
Un personaje como el “abominable hombre de Bergen” ayuda a comprender didácticamente la historia de Los Viajes de Gulliver, un libro imperdible pues permite realizar interesantes analogías con la política partidista andina. Un libro vital para fortalecer la conciencia cívica y las realidades ciudadanas de Los Andes en un año electoral.
Según el cuento, en el principio de sus viajes, que realizó al diminuto Reino de Liliput, Gulliver, recibió la visita de un alto funcionario -alto en jerarquía, no en el tamaño-, que se llamaba Reldresal y que tenía el pomposo título de Secretario Principal de Asuntos Privados.
La conversación con Reldresal tuvo aspectos curiosos. Gulliver se enteró de situaciones insólitas. Por ejemplo, que la sociedad liliputiense se había dividido en dos facciones irreconciliables: los partidarios de usar “zapatos con tacones altos” y los de usar “zapatos con tacones bajos” (algo así como Alianza v/s Concertación). Como gobernaban éstos últimos, los otros ciudadanos liliputienses sufrían toda clase de persecuciones, injusticias, discriminaciones y vejámenes cuando se descubría, por ejemplo, que \"le había crecido un poco uno de sus tacones\" y que caminaba con \"una cojera sumamente sospechosa\". Desde entonces, ambos partidos políticos se acusaban de sustentar doctrinas perversas y de favorecer las más nefastas desviaciones ideológicas.
Sin embargo, su Majestad Imperial conciente del valor estratégico-militar de contar con un gigante, le pidió a Gulliver que fuera uno de sus consejeros y, como tal, que dijera su opinión sobre los conflictos internos que sufría Liliput.
La tesis de Gulliver, un hombre que había viajado a esas regiones desde la Europa del siglo XVIII, es decir, la Europa de la Ilustración y de las ideas modernas, era que los hombres diminutos de Liliput debían dejar de ser ridículos en sus vanidades, soberbias, mezquindades, arrogancias e intrigas, pues la razón debe primar sobre la pasión.
Aunque hoy, basta mirar en cualquier parte para observar el mismo espectáculo producto de la mentalidad liliputiense de los desconocidos de siempre, habría que agregar, como en las teleseries, que todo parecido con la realidad política chilena y andina en lo particular, es pura y simple coincidencia. Al fin y al cabo, Jonathan Swift, el escritor de Los Viajes de Gulliver, era tan solo un monje que escribía ficciones.
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