Alguien dice que el tiempo es aquello de lo cual esta hecha la eternidad; mas allá, de lo profundo e ingenioso de la afirmación, en la realidad los seres vivos somos hechos de tiempo, vivimos y navegamos en el, e incluso en una sociedad marcada por la prisa y la velocidad – le concedemos tanta importancia como que el tiempo, su respiración, avance y registro lo llevamos atado con pulseras en nuestros brazos, en diferentes tipos de relojes.
Mas allá del tiempo de las personas, existe también el tiempo, de las comunidades, sus conmemoraciones sus hitos históricos, prueba de ello será la celebración del bicentenario, que ya tiene expresión – a nivel nacional – en varias actividades, lo propio y a nivel local acontecerá ya el próximo mes al conmemorarse un nuevo aniversario de nuestra ciudad.
De las innumerables actividades (para evitar el bárbaro uso de la palabra evento) con ocasión del ya citado aniversario, destaca el reconocimiento de personas que por su espíritu de servicio publico.
Su acendrada vocación, su generosidad u otro aporte se les confiere alguna distinción de hijo ilustre, servicios destacados o algún reconocimiento especial, ello actuando – quienes los nombran - en nombre y representación de la ciudad.
Como no existe una especie de “ meritrómeno”, que mida y registre las virtudes cívicas de cada uno y cada cual, hay que confiar que la institución que confiere las distinciones lo hace con justicia, ecuanimidad y buena fe.
Sin obstáculo de lo anterior, y según mi humilde opinión – compartida y socializada – pareciera ser este aniversario la ocasión propicia para saldar un inexplicable olvido y omisión, la deuda con el profesor normalista Luis Muñoz González , quien durante el periodo previo al golpe ocupara el cargo de alcalde de los andes, periodo de por si complejo para quién sustentará y sustenta, una doctrina igualitaria y democrática; aun mas todas las personas que alguna vez detentaron el cargo de alcalde por gestación democrática debían ser automáticamente nominados como “hijo ilustre”.
Caso similar al anterior – en cuanto a notorio servicio publico, lo representa el Dr. Mario Barrera Agurto , hijo de dos destacadísimos profesionales, su padre en el área de la salud, y su madre – la recordada sra. Elina- en el ámbito de la educación, el dr. barrera ejerce un verdadero apostolado como jefe del servicio medicina del hospital local y su preparación le ha llevado a desempeñarse como docente en la escuela de medicina de la universidad de Valparaíso.
Se suele decir que los peores consejos y las sugerencias mas malas, son aquellas que se dan sin que nadie las haya solicitado, aun aceptando ese riesgo – y en ejercicio de mi ciudadanía y de mi razón - y sin pretender pautear a nadie, creo que las dos personas nombradas reflejan y profesan el sentimiento de “andinidad”; y la ciudad – a ellos – les debe homenaje porque” han tenido amor a la virtud y a su ejercicio”, según la clásica expresión del filosofo Seneca.
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