Viernes, 4 de Julio de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Conductas masculinas

Por Julieta Salinas Apablaza, Ingeniero.
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Foto: Andes Online

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Dicen algunas creencias populares que los hombres son buenos para las matemáticas y en parte esto es cierto. No obstante, algunos son negados para resolver ecuaciones, todos hacen uso de las matemáticas en sus conversaciones. Una charla típica entre un grupo de hombres radica en realizar comparaciones cuantitativas acerca de cualquier cosa. Los kilómetros recorridos en sus vacaciones, la capacidad del motor de su auto (que si es de 1.600, 2.300 ó 3.000 cm3), los puntos que lleva su equipo favorito en aquel campeonato, la cantidad de pesos ahorrados en esa fabulosa compra que hicieron. Los más jóvenes, la cantidad de conquistas del último mes, bueno, los más jóvenes y los que tienen dificultad para asumir su edad. Los casados, miden su “rendimiento” en función de la cantidad. A ellos, la frase “cantidad no es sinónimo de calidad” les entra por una oreja y les sale por la otra. Pasan su vida preocupados de las métricas, y en especial, de un “objeto” en particular. No obstante, hay datos estadísticos que no revelan: la cantidad de pelo que se les ha caído o la cantidad de canas que han aflorado durante el último tiempo. Pero sí notan estos cambios en la cabeza del prójimo y como la sutileza no forma parte de su categoría de conductas, lo hacen notar ruidosamente: -Ha nevado mucho por tu casa-, -Saca tu cabeza que me encandilas- Son usuales también las bromas con respecto a la abultada camisa que llevan algunos -¿Y esa camisa?, ¿te la compraste en Paine?-, pero lo más curioso, es que el bromista no se salva de exhibir una camisa adquirida en la misma mencionada ciudad. Esta característica masculina, si bien, da cuenta de su escasa capacidad de empatía, muchas veces la he celebrado como un punto a favor de ellos, pues la mayoría acepta las bromas y no se amarga la vida por eso ¿Qué ocurriría si de broma le digo a una amiga: “Y ese vestido tan ajustado, estás de promotora de Michelín”? De seguro no me habla más, pero sí hablaría ella de mí a mis espaldas. Cuando están en grupo son todos osados galanes. Me imagino que las chicas que trabajan de meseras en algún restaurante deben pensar “Ay no, otro grupo de hombres” pues, deben aguantar cuánto piropo, rima y hasta payas les confieran estos improvisados poetas que dejan fluir sus habilidades literarias conforme se elevan sus niveles de alcohol en la sangre. ¿Qué hay de cada uno de ellos, solos, y sin una gota de alcohol? Basta con que una mujer les dirija alguna mirada picarona para que comiencen a mirar hacia otro lado, a rascarse la nariz y a jugar con el celular, simulando estar ocupados, todo esto, acompañado del clásico carraspeo que da cuenta de su incomodidad. ¿Por qué al estar en grupo su conducta es diferente a la que muestran estando solos? Desde pequeñitos se les introduce en su cerebro la necesidad de competir con el resto “Debes ser bueno para la pelota; el mejor”, “¿Cómo? ¿Una compañera te ganó el primer lugar del curso? no puedes dejar que una mujer te supere” y ¿cuál es la meta de aquellas competencias? Obtener el poder. Es por ello que frente a sus amigos jamás reconocerán que su esposa es quien maneja el dinero en casa, que ella gana más dinero que él o que no están dispuestos a ir a tal lugar o a hacer tal cosa porque ella se enoja. Cuando un hombre expresa preferir pasar tiempo con su pareja, que con los amigos, inmediatamente sus pares le confieren el apodo de “mandoneado”, algunos incluso se llevan el máximo galardón: “El superman…doneado”. Por eso, la mayoría, intentando cumplir con las expectativas del resto asumen una actitud de reyes de la selva “en mi casa mando yo”, aunque en la intimidad de su hogar, ajenos a las miradas críticas de los otros hombres, sean melosos gatitos. Aquella necesidad de poder y de control se satisface al máximo cuando tienen el control remoto del televisor en su mano y si sumado a eso, con la otra sujetan un vaso de cerveza y bajo su espalda se encuentra el sillón, estamos ante un hombre que se haya en la cúspide de su deleite. En esos instantes no lo hable, es inútil, no responderá; es como un computador cuando se pega, en especial, si lo que está viendo en pantalla es una pelota rodar por un campo de juego. Jóvenes, añosos, pelados, pelucones, barbones, flacos, gorditos, altos o bajos, todos afirman formar parte del sexo fuerte. ¿Serán? Si quiere constatarlo, vaya a verlos jugar fútbol y terminado el partido, diríjase al camarín, empine su nariz e inhale el aire que ahí se respira. No le quedará duda alguna de que lo son.


 
 
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