Después de 600 kilómetros de viaje del “León de Collao”, la ciudad recibió su cuerpo sin vida para su reposo sempiterno en Los Andes, que lo vio nacer como un prominente futbolista (1942-2013). Pareciera que la cordillera estaba más alta y se engalanó para recibirlo; la blanca nieve escamada en las laderas de las montañas, y en plena víspera del mes de aniversario de la ciudad, cuya programación natural incluyó informalmente este lamentable deceso.
Se abrió el gimnasio centenarino para velar el cuerpo del gran y recordado futbolista, Haroldo Peña Lucero (Q.E.P.D.), mientras a corta distancia los ciudadanos elegían sus candidatos. Allí su cuerpo ya sin vida permaneció durante la invernal noche fría, acompañado por una sentida barra que lo vitoreó durante toda la noche andina al gran “León de Collao”.
Del Club de Deportes Trasandino, salió este promisorio jugador, previo haber destacado en la selección Juvenil de Los Andes (1959-60). Fue también, seleccionado nacional y le correspondió participar en los Juegos Panamericanos de Brasil, alcanzando el tercer lugar.
Así llega a Deportes Concepción, en donde triunfa y destaca como un gran y tremendo jugador, que la barra lo consagra como su icono natural.
Las razones de su éxito en Concepción, se debieron a su gran tesón y a su enorme espíritu de entrega en la cancha de Collao en defensa de sus colores lilas. Su entrega por cierto que fue aguerrida en cada actuación, desbordante de pasión, defendía con vehemencia a su Deportes Concepción. Fue tal ese desborde pasional que la barra lo consagró como su ídolo indiscutido.
El mismo cuenta en la historia del club que fue el conocido periodista de Concepción, Luis García (“El Maestro”) que lo apodó el “León de Collao”; tomó el nombre del estadio que ya homenajeaba a su ex Intendente y Diputado (1888-1891), abogado Ignacio Collao, estadio que está en la confluencia con Tegualda; nombre que recuerda a la doncella araucana que va al campo de batalla en busca del cuerpo de su amado.
Con gran tino, el periodista que acuñó esta memorable frase que evoca y reproduce de manera exacta, la actitud de pasión profunda que Haroldo desplegaba en sus certámenes deportivos. A partir de ella, lo asimila al talante con que el felino se defiende de sus agresores; enfrenta a la jauría de perros, sin permitirles que ninguno cruce a sus espaldas, y en esa actitud van cayendo uno a uno, sus cancerberos atacantes. Así defendía y marcaba, su territorio lila, Haroldo, era un verdadero “león” defendiendo a los suyos. De ahí, en medio de la fuerza de su pasión, surge y nace su apodo que trascendió más allá de las fronteras de Concepción; nació de la realidad misma, nadie se lo puso al azar, como ha ocurrido con otros casos, su nominación nació en el mismo campo deportivo y urbano, lleno de miles de testigos que pueden dar testimonio de su entrega, de su amor por su club, por ese carácter único, su barra le canta: “León hay uno sólo y es de Collao”. Sin bien Haroldo nace en Los Andes, el “León” nació en “Collao”.
Hace unos días, la barra lo homenajeó cantándole más de 600 kilómetros de travesía, extendió el día a la noche con su canto, para amanecer por las calles tranquilas de nuestra ciudad, el bombo lila se escuchaba a cuadras del cortejo y las consignas vociferantes de cariño surgían entre las banderas y los juegos artificiales, que rompieron la pasividad del lunes de nuestro pueblo. Las arengas de la barra de “Dale León, con fuerza garra y corazón” llamaron la atención de muchos andinos, que algunos, acercándose tímidamente al cortejo, se atrevieron a preguntar quién era el extinto.
En el templo matriz, el sacerdote Luis Reinoso, cuyos ornamentos morados adherían al momento de dolor y en su sermón a modo de esperanza cristiana aludió a que el Padre disponía de muchas habitaciones y naturalmente conociendo su infinita comprensión y misericordia, sus amigos y parientes, pedían al Altísimo que perdonara su alma y permitiese su morada celestial en paz.
Terminado el oficio cristiano, las banderas volvieron a batirse en el frontis del templo, y el bombo dio la partida al cortejo hacia el Cementerio. Sus sones resonaban por nuestras angostas calles y sin duda que a muchos nos quedará en la retina ese bullicioso y palpitante cortejo, siempre al límite de la pena y el dolor. Ya lo decía los jóvenes barristas: “Hay que cantarle, no hay que callar, porque al León, no vamos a olvidar”
Así entre cantos y vivas, se llegó a la última morada terrenal, su cuerpo fue depositado en su mausoleo familiar, al final de la corrida de los centenarios pinos que fueron el antiguo límite del viejo cementerio. Allí entre las tumbas, se colgó por última vez, el lienzo lila, portando la arenga impresa de “Dale León”, que se confundía con el canto extenuado de los barrista, en medio de los últimos juegos artificiales que con cariño lo despedían para siempre.
Finalmente, y luego de discursos y sentidas palabras de gratitud de sus familiares, vino la foto final de los jóvenes barristas, que con sus ojos húmedos posaron junto al féretro de su ídolo y cantaron con la misma pasión que Haroldo defendió sus colores, cuyos ecos de sus cantos se esparcieron por las frías y desoladas tumbas de nuestro campo santo que en silencio acogió, como a su hijo pródigo, que habiendo nacido en esta tierra, brilló defendiendo con pasión los colores lilas de Deportes Concepción.
Gracias Haroldo, Gracias “León” que “Collao” por siempre recordará tú entrega de corazón…
|