Considerando que recientemente hemos dejado atrás el temido agosto y que esta vez se manifestó prolíficamente en mi agenda, invitándome a tres diferentes despedidas, primero la muerte planificada que nos envolvió entre rancheras, rezos, aplausos, brindis y rencuentros, guion elaborado por la tía, que nos condujo a la montaña para cultivar vida, entregar su esencia al mundo libre y en juramento llevarse a la abuela, quien una tarde levanto la mollera, miro el sol y se desvaneció en anciana sabiduría de caminatas en buena compañía. Pero repentinamente surge la muerte inesperada, esa del amigo de pocas palabras y grandes ideas, quizá incomprendido por introvertido, pero fascinantemente inteligente, nos extendió una invitación al desierto para tratar de comprender este complejo ciclo.
Entonces surgen las preguntas de siempre, pero que gozan de una simpleza perturbadora y una compleja red de respuestas.
¿Para que existimos?
“Para servir a dios”, “disfrutar de la vida”, “servir a la patria” etc.
Hay innumerables maneras de dar sentido a la vida, incluso se han formado grupos autodenominados “el pueblo elegido”, “la raza superior” o los “hijos del sol”, tantos sueños y apariciones que transformaron la vida en una cuestión política que hoy lleva como estandarte el problema económico de satisfacer necesidades ilimitadas con recursos escasos, buscando el equilibrio macroeconómico de naciones-estado en función de la codicia que hoy nos envuelve, para finalmente olvidar la pregunta inicial, ¿Para que existimos?.
Richard Dawkins en 1976 con “El gen egoísta”, planteaba el hecho de que somos maquinas de supervivencia para la preservación de genes, pero tan asombrosa conclusión no es lo suficientemente sublime como para satisfacer el ego del hombre que fue creado a imagen y semejanza de dios.
Pasa el tiempo y la intriga parece un delirio adolecente, ya respondido por tradiciones, religiones o antepasados. Ahora puedes convertirte en ángel, reencarnar en un membrillo o transformarte en energía y dar un toque especial a una de las leyes de la termodinámica, pero no se atrevan a afirmar que “no somos nada” cuando muera, porque existimos aunque aun no sepamos para que, pero si sabemos que a esa “cruz de marihuana, la deben regar finos licores”, al ritmo de la conocida ranchera norteña.
Serán tantas despedidas como momentos que enriquecerán el recuerdo.
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