Un profesor español en la década del 30 describía los diferentes tipos de gallineros, con base en la observación de la avicultura europea. Escribió con sapiencia “El arte de criar gallinas“, considerado un verdadero manual para los criadores que se iniciaban, para las campesinas cuidadoras de las razas criollas y también para los industriales que levantaban grandes galpones. Salvador Castelló Carreras daba las herramientas, en los diferentes tipos de producción avícola y lo hacia con un lenguaje coloquial y amable para adentrarse en el mundo productivo rural.
Lo que el profesor no alcanzo a conocer en sus diferentes recorridos, y que no pudo describir en sus famosos escritos, lo encontramos en nuestro valle, cuando subiendo por Quebrada Herrera, entre casonas de barro y curvas pacientes llegamos al sector Las Compuertas, donde se asoma tímidamente don Javier Contreras, el criador de los secretos antiguos, de los corrales dibujados en su mente de cabeza cana y los conocimientos heredados de los rincones hallados en las lomas del Putaendo profundo.
Después de algunos intentos infructuosos por conocer su producción de gallinas criollas, logramos recorrer esa bandada de 300 aves, completamente libres, las que escogen sus nidos, sus recorridos, comederos, pircas, dormideros, bebederos y relajos. Don Javier con su mirada domina toda la escena y nos damos cuenta de un factor principal en la producción y es como va induciendo la conducta de sus criollas.
Nuestro objetivo, luego de estudiar las lecciones del profesor Castelló, era asimilar con esta visita a uno de los 10 tipos de gallineros descritos en su libro. Don Javier describe su gallinero como una producción campesina, pues sus polines son reciclados, las mallas parchadas, las perchas acoliguadas y los techos de latones oxidados. Estaba claro que no correspondía al “gallinero del pobre”, pues la descripción teórica era “donde se albergan tres a cuatro gallinas, con cuyos huevos atiende el sustento, permitiéndole usar el caldo de un ave, en caso de enfermedad “.
Un segundo tipo de gallinero se denomina “gallinero del menestral u obrero “, tampoco va con lo de don Javier, pues en éste se tienen 10 a 20 gallinas, “para las necesidades de la familia y que el artesano cuida, limpia y atiende, proporcionándole entretenimiento los días festivos”. Cabe señalar que sólo una gallina de este corral de Las Compuertas tiene 30 pollitos en la temporada, con una media de dos empolles.
El tercero es el “gallinero del rico “, descrito como “el montado para surtirle de huevos frescos y buenos pollos, proporcionarle entretenimiento a la familia y adorno al jardín “. Las gallinas de don Javier no son adornos de jardín, ornamentan el ambiente total porque sin duda sus castellanas, copetonas, de pelo, tufuas, colloncas y trintres son las más hermosas del valle.
“Gallinero rural, para utilidad de una familia que recibe en el pueblo o la ciudad los frescos productos del mismo”. Podría ser, mas cuando miramos una bandeja de plaqué con 300 huevos verdes de genes mapuches, destinados al Prodesal de Putaendo, para los emprendimientos de crianza, nos deja con la boca abierta, la verdad nunca había visto en directo esa cantidad de huevos atávicos, de manera que sus productos no se reducen a huevos y carne de consumo.
Un quinto tipo lo denomina “gallinero del cortijo”, donde “la chacra posee un regular número de aves, como para entregar de manera semanal huevos y carne a los centros de consumo”. Don Javier conoce cada una de sus gallinas y no permite, de ninguna manera, destinarla a la olla. Los 60 años de selección genética de su plantel criollo, lo ponen en otro nivel.
Los “gallineros industriales “, de “selección “, de “recría “de “incubación “, van en otra dirección y en tono serio, dice no sentirse identificado con ese tipo de producción. Además, con humor murmura, que nunca habría podido juntar los morlacos para esa inversión. Ni siquiera le inquieta los conceptos de graneros, lucarnas, iluminación, dietas, concentrados y núcleos. El camina con el gallinero antiguo, donde las razas se mezclan y las crías lo retan a descubrir los genotipos y fenotipos con que se visten.
Olvidaba el gallinero numero 10, y repaso con esperanza su concepto, para finalmente encontrar el símil que había descrito el profesor Castelló, sin embargo, el “gallinero del aficionado “, tampoco calzaba con la magia de don Javier, pues este “criaba razas finas destinadas a exposiciones para exhibirlas o satisfacer algún capricho”.
Definitivamente los escritos de Castelló no imaginaron el prólogo difícil, el gallinero número 11: el largo camino de don Javier, la pasión extrema al conocer la forma y el color del huevo de cada una de sus gallinas, la genética de 60 años, el carácter baluarte de sus kolloncas, la inducción de conductas, los alimentos tradicionales y la sabiduría heredada de las altas quebradas de Putaendo. El “gallinero del sabio “, el capítulo que nunca se escribió.
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