Sabado, 7 de Junio de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Túnel Chacabuco

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Hace unos días, mi colega Mauro Vicencio me desafiaba a investigar una vieja creencia respecto a la supuesta bajada de un batallón del Ejército Libertador, en una garganta que se encuentra antes de la cuesta de Chacabuco, lugar del encuentro histórico oficial y más probable con los realistas. En sus caminatas, ha tratado de ver o imaginar esa bajada, a la que le encuentra bastante sentido. Sin embargo, le retruco que esas difíciles teorías, se las dejemos a los historiadores. De todas maneras, ese cordón montañoso, que va de este a oeste y divide el Aconcagua con el valle del Maipo, atrapa con un aura especial, yo diría de múltiples misterios que, definitivamente, atraen.

La cuesta de Chacabuco es un camino de montaña de época inmemorial, utilizado por los indígenas y posteriormente arrieros, caminantes y lugareños, para llegar a territorio argentino. Seguramente el ojo sabio de los antepasados visualizó esa huella, al recorrer los montes de la sierra, cuyos nombres son: Chacabuco, Tres Negros, Algarrobo, Chivato, Cobre y Carmelo. Dicen que, en los años de la colonia no todos los arreos buscaban las montañas del Maipo, otras miraban los altos andinos del Aconcagua. Así cabalgatas y piños atravesaban por la cuesta y seguían lentamente hacia el cajón del Colorado u otras posturas, incluso el cajón del Juncal, buscando los talajes naturales y aguadas frescas de altura.

En San Esteban aún se ve un viejo camión tres cuartos, de color verde, que de madrugada subía la cuesta de Chacabuco con duraznos conserveros en toritos de madera, destinados a la Vega de Santiago, cerca de cuatro horas demoraba la odisea. Eran los años 50, cuando se empezaron a ver los campamentos de Vialidad, calculando y abriendo el primer boquerón. El viejo camión verde, finalmente dejaría de subir y bajar la cuesta, sin embargo, tuvieron que pasar 15 años, para inaugurar el famoso túnel Chacabuco. Los misterios seguían presentándose, y a poco andar en la abertura de roca, desplomes de material se llevaron tres vidas.

Durante el período de Carlos Ibáñez del Campo, en enero de 1957, se iniciaban las obras del Túnel Chacabuco, en este caso podríamos decir que “se sacaba la primera piedra”, de esa roca andesita o basalto del complejo Cerro La Ñipa. Expectación y emoción inundaban el ambiente de ambos lados de esa verdadera frontera, que siempre se había hecho sentir en la zona. Si bien era la misma flora que subía y bajaba los montes, la misma avifauna que corría y volaba, el alma de los habitantes notaba el significado de zona limítrofe. Se acercarían los piedemontes, si bien la quebrada de los Maquis seguiría con sus esteros El Cobre y Naranjo bajando hacia la hacienda Chacabuco, recibirían los aires andinos, aunque fuera por el estrecho túnel, y la famosa Calle Larga, podría mostrar sus productivas sementeras.

Cambio de presidente, temas administrativos y financieros, fueron alargando las obras. Ello, sin dejar de lado los aspectos geológicos de la roca que iba mostrando fisuras y provocando peligrosos desplazamientos. Don Miguel Nenadovic Del Río, conocido agricultor de la zona El Sauce, Los Andes, en su condición de ingeniero civil, experto en temas de túneles, fue contratado por la obra el año 1966, debido a graves agrietamientos que se observaron en la perforación, por encontrarse en zona de fallas. Desde el principio, el tipo de roca iba mostrando dificultades, por lo que el geólogo Leonardo Álvarez fue permanentemente monitoreando y en ese mismo año, realizaron un estudio de piques, para definitivamente ubicar las fundaciones de la bóveda.

Algo especial tuvo ese año del 1966. Nuestro país, con extremas dificultades, trabajaba en la organización del Mundial de Esquí Alpino, y el centro invernal elegido eran las canchas de Portillo, donde Henry Purcell, tuvo que superar un año como el 1965, donde hubo un terremoto blanco, que se llevó el 85 % de los andariveles e instalaciones. Vientos de doscientos kilómetros por hora, avalanchas, que causaron cinco víctimas fatales, dieron mayores fuerzas para revertir la situación y demostrar que en la región “no se vivía en la jungla”, como se decía en Europa. Es el único mundial de esas características que se ha llevado a cabo en Sudamérica, es una epopeya y la leyenda se completa con la cooperación de vialidad, pues hicieron lo indecible para que las delegaciones cruzaran el túnel Chacabuco, habilitando una vía.

Un martes 8 de agosto de 1972, el presidente Salvador Allende, inauguraba el túnel, luego de 15 años de trabajo. Con 2045 metros lineales, incluyendo dos portales de 117 metros, logró disminuir el viaje en casi una hora. Con tono firme y emocionado, amarillentas páginas del diario La Nación, describen las palabras iniciales del presidente: “Pocas veces el himno nacional sonó tan profundamente en la conciencia y en el corazón de los que hemos oído aquí, en estos campos, en estas tierras, en estos pequeños montes donde empezó a escribirse nuestra historia y O’Higgins avanzó hacia la independencia. Por eso adquiere mayor sonoridad, porque es el eco del pasado proyectándose al futuro”.

La historia que rodea el cordón Chacabuco es interminable, podríamos quedarnos horas con la gran batalla que marcó nuestra independencia, sin embargo, podemos ir más lejos, al alero rocoso El Salitral, donde arqueólogos describen la alfarería del primer milenio de nuestra era. Cientos de años de arrierías que buscaban las veranadas o los viajes en carretas a la Argentina, como también los seres tutelares que se describen cuidando los cementerios indígenas de túmulos. Ni hablar de la influencia jesuita y el halo de misterio con su entierro de oro en el cerro La Cabrería, donde columnas de rocas cortadas con precisión desconocida, guardan petroglifos de bestias indescifrables.

No son sólo dos kilómetros de un túnel cualquiera, no es una hora menos de tiempo, son culturas que pudieron expandirse, cuidadores de la noche y fantasmas que recorren sin restricciones, en fin, una bóveda megalítica, de andesitas y basaltos, depositaria de los secretos ancestrales.

 

 

 

 


 
 
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