Si escuchas con atención a Pamela Pérez Toro describir la ruta ascendente a las “Piedras sonoras del Zaino”, puedes retroceder fácilmente cinco siglos y ver, con nitidez, como los chasquis se desplazaban haciendo caminos y marcando estratégicamente los senderos con apachetas, de manera que la memoria no les jugara una mala pasada. Pero no sólo eso, te transportas a su mirada militar de conquistas, ubicación en el espacio, dirección del sol y forma de comunicación.
Una mirada segura marca la ruta, y su familia integrada por Pablo, Florencia y Santiago se entregan disciplinados, sabiendo que el destino no los defraudará. Dicho trekking se los ha recomendado el periodista de Santa María, Roberto Mercado, sabedor de la cultura de su tierra, de la herencia ancestral, de los que dibujaron los caminos. Es el domingo 20 de febrero recién pasado, nos describe una preparación sencilla, agua, fruta algunos sándwiches y el Google Maps, que sólo les sirvió para el inicio de la escalada. Los recibe el silencio del viento cómplice de mediodía.
El desierto ya ha tocado nuestras latitudes, un pequeño tranque en la base del cerro busca aplacar la sed de los suelos, la osadía de algún cultivo o el mugido de vacunos perdidos. Un par de tranqueras españolas no impide el tranco de los caminantes, ni el ánimo de Santi, quien no pudo pegar pestaña, por la ansiedad de descubrir los acordes musicales mágicos de las milenarias rocas. A la vuelta de la loma, señala el dicho campesino, ahí esperan admirar los restos del pucará inca, que miró el valle, por allá en el 1.500.
Pablo Rojas se adelanta a las inquietudes de Santi y Florencia, sus conocimientos de ingeniero y experto minero de Codelco, describe cierta teoría que sostiene que las rocas sonoras, denominadas Tastil, suenan al ser golpeadas por otra piedra al poseer cristales de cobre que harían de núcleo y caja de resonancia. Al fin descubren el lugar, que claramente asoma como una muralla, donde ciertas piedras ubicadas con maestría dan las notas musicales agudas y graves que simulan al xilofón, donde las ondas recorren el cajón, tal como se requería en los tiempos pasados para comunicar posibles ataques u otros peligros.
Junto a ellos han escalado erguidos cactus y asientos de suegra, los quintrales tampoco se han quedado atrás y flores de rojo intenso atraen aves en busca de su néctar, que sólo es una trampa para esparcir sin sosiego sus semillas. Los senderos rocosos son vigilados sin descanso por peucos, bailarines y cernícalos, quienes aciertan de vez en cuando pequeños roedores, aves paseriformes y somnolientos conejos. Una naturaleza aparentemente desnuda, no escapa a las observaciones certeras de Pamela y Pablo, expertos senderistas de nuestros cerros.
La magia e incógnitas de las piedras sonoras del Zaino nos admiran e interpelan. Estas ya han sido estudiadas en las ruinas de Tilcara, norte argentino, donde vivió una comunidad de 2000 atacameños, previo a la dominación incaica. Dicha ciudadela, ubicada en la cima de un cerro, con paredes de piedras apiladas, tuvo por objeto la visualización, protección del viento, corralones para camélidos, despensa de semillas, entierros y vida comunitaria. Actualmente arqueólogos siguen trabajando este tesoro de la humanidad, junto a jóvenes descendientes de las razas indígenas, los que descubren día a día los secretos de sus antepasados.
Santi no ha descansado hasta descubrir signos de arte rupestre, otra de las similitudes con Tilcara, su emoción era tal que, si hubiese sabido que los centros de estas características tenían la piedra sagrada para realizar rituales, aún no lo podrían bajar del cerro, intentando su hallazgo. Sin duda tenemos como país, una tarea inmensa en recuperar nuestro pasado, pues estos sitios tarde o temprano nos hablan y cuentan los hechos tal como sucedieron, sólo hay que tener la intención de escucharlos.
Dicen que los destinos de las personas vienen con la vida y muchas veces nos sentamos a esperar que algo suceda. No es el caso de nuestra protagonista, quien se desempeñaba tranquilamente en un banco de Los Andes, acorde a su profesión de ingeniera comercial. Sin embargo, su espíritu inquieto, propio de su amor a la naturaleza, la hizo formar una empresa de reciclaje “Vive Verde”, muy conocida en el valle de Aconcagua. La leyenda cuenta que los cerros son dioses que cuidan los valles y quien podría dudarlo si en la cima de un monte se conoció y enamoró con Pablo.
Los Rojas Pérez ya preparan su próxima escalada, siempre con una mochila liviana, con sólo lo imprescindible para vivir la aventura. Al regreso viene colmada de experiencias y conocimientos, que buscan delatar esos senderos que abrieron los descubridores, que trabajaron sus descendientes y que debemos respetar. Por lo pronto las “Piedras sonoras del Zaino” y su pedernal sagrado nos está esperando.
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