Desde hace un par de meses se le ve diferente a don Ricardo Rubio Casas-Cordero, el caballero de elegante apellido, mirada profunda y caminar cansino. Está cumpliendo sus 65 años y en un mes más dice adiós al trabajo de su vida, al entorno que lo acompañó por un largo tiempo y a sus experiencias diarias de aprendizaje y lecciones. Un halo de silencio se produce en la oficina, cómo escondiendo sentimientos, prolongando un tiempo inexistente o queriendo no vislumbrar ese inevitable día 30.
De reojo vemos bajo su escritorio una mediana caja de cartón, quizás su baúl con las cosas que nadie quiere olvidar. Principalmente esas experiencias que, en décadas pasadas, lo llevaban por los corredores de doña Rosita Rodríguez, en la chichera de Tocornal, analizando grados y potabilidad de esos antiguos mostos. Certificación de planos de Campos de Ahumada presentados a la carrera por don Silvio Rodríguez. Un encierro prolongado en nevadas desconsideradas en Libertadores, de extintos inviernos o alguno que otro inconveniente de la Agencia de Aduanas P. Larrañaga.
Sus gafas y mascarilla no logran reflejar los sentimientos que lo embargan, más que difícil escapar a los recuerdos casi tangibles de sus estudios de agronomía de la Pontificia Universidad Católica de Chile. A ese noviazgo juvenil con la maestra Verónica, dónde encontraron la física y trigonometría necesaria. A los gritos destemplados de sus pequeños Rodrigo y Pato. Esa relación casi religiosa con sus queridos padres, Adriana y Humberto o el caminar constante por las oficinas de Quillota, San Felipe, Los Andes y El Sauce de su entrañable Servicio Agrícola y Ganadero.
Que me voy o me quedo, la reflexión infalible, que lucha noche y día con esa inercia llamado trabajo, deberes, necesidades, miedos o fantasmas del camino por transitar. Esa valla ha sido definida con éxito y don Ricardo ya camina seguro en los descuentos. Ese tiempo extra que no solo él aprovecha en los últimos desbordes, pues intentamos también atrapar esos dones tan necesarios que irremediablente se escapan con la prisa de la jugada final. Un todo o nada para lograr la definición que deseamos alcanzar.
Que se lleva y que deja don Ricardo en esa trayectoria profesional de servidor público, es una consulta que trataremos de responder. Una la tenemos clara, la otra podremos descubrirla con el legajo interior de su caja de cartón. Su perfil siempre ha sido el caminar con la Ley de Alcoholes, sin duda si hubiese estado en el año 1902, al crearse la primera ley en Chile, don Ricardo habría intervenido en los usos de la taberna, renta fiscal, combate al alcoholismo y hasta en el cacicazgo político en Chile. Amo y señor del tema en Los Andes y consultor permanente del nivel central.
Posiblemente no sea conveniente entrar a la profundidad de la palabra jubilación, qué duda cabe. Ha quedado muy atrás, para la mayoría de los trabajadores el retrotraerse a los tiempos romanos quienes a la usanza campesina gritaban de alegría con la palabra “iubilare”. También se sostiene que el pueblo hebreo, al llegar a la tierra prometida, utilizando el sonido típico de los cuernos de los machos cabríos, se recurría al concepto “yobel”. Sea cual fuere su origen, ese día final se acerca más rápido que lo que deseamos y podría asegurar que los más afectados somos los que nos quedamos.
Mientras tanto, a 10.500 kilómetros de distancia, un joven profesional de nombre Patricio Rubio Arellano, su hijo, instalado desde hace unos meses en Madrid, nos confidencia con mucha melancolía la preparación de una singular ruta. El recorrido de su nuevo barrio, que podrá realizar con sus amados padres a la usanza de una entrañable caminata en la Villa Minera Andina. La calle Juanelo los espera y, antes de visitar parques y museos, los recibirá La Buha, con ricas tortillas mediterráneas, croquetas y obviamente artesanales cervezas, como la Cibeles o la Virgen.
La expectación no ha parado respecto a esa caja de cartón, el envase que cada uno lleva dentro de sí, para el día previo a la despedida. Es lunes y se ha retirado don Ricardo, la inquietud nos invita a recorrer la histórica oficina. Una familia de indios picaros se ha marchado, una foto familiar deja un borde en la pared, unos libros marcan un espacio en el estante, su tazón de café aún permanece, quizás para ese último alto de las 11 horas en el laboratorio de Carolina, la entomóloga. Sin embargo, su caja de cartón, aunque semi cerrada, claramente se siente mucho más pesada.
Recuerdo que durante un par de temporadas junto al socio Cristian Montenegro y haciendo gala de sus conocimientos agronómicos, cultivaron unas siembras de maíz. Pero la verdad esas mazorcas amarillas no se comparan con los frutos que lo esperan en su casa, en esta curva del camino. Definitivamente la diferencia del peso de su caja está en los brazos abiertos de Adrianita, tan vital como siempre, en la maestra Verónica quien nos comenta sobre el 16 de agosto del año 1986, día de su enlace. Rodrigo y sus cálculos de ingeniero y el travieso Patricio quien sueña con abrirle de par en par las puertas del Sol, Toledo y Alcalá.
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