Cada 3 de julio se celebra el Día Internacional Sin Bolsas de Basura, una fecha que nos invita a detenernos y reflexionar sobre el uso indiscriminado de bolsas plásticas y su profundo impacto ambiental. Millones de bolsas de un solo uso terminan cada año contaminando ríos, océanos y suelos, poniendo en riesgo la vida silvestre y contribuyendo a la crisis global de los residuos.
Esta realidad tiene raíces profundas en la historia del plástico. Nacido a fines del siglo XIX como un material innovador, barato y duradero, el plástico revolucionó la industria, la medicina y la vida cotidiana. Fue visto como la gran solución para reemplazar materiales escasos y democratizar productos, pero la misma durabilidad que lo hizo tan valioso se convirtió en su mayor problema. Con la expansión de la cultura del "usar y tirar" a partir de mediados del siglo XX, la producción de plásticos de un solo uso se disparó mientras la conciencia ambiental quedó rezagada.
Hoy enfrentamos sus consecuencias: ecosistemas dañados, especies afectadas y microplásticos que llegan incluso a nuestros cuerpos. A nivel local, Chile ha dado pasos importantes para revertir esta realidad. Según el Ministerio del Medio Ambiente, antes de la entrada en vigencia de la Ley 21.100 en 2018, se consumían cerca de 3.400 millones de bolsas plásticas al año, lo que equivalía a 200 bolsas por persona, con una vida útil de apenas minutos, pero con un tiempo de degradación que puede superar los 400 años.
Este día cobra así un valor doble, nos recuerda que es posible cambiar prácticas de consumo y también nos enseña que la voluntad política, la presión ciudadana y la educación ambiental pueden dar frutos. La prohibición de bolsas plásticas en Chile es un ejemplo de cómo una acción concreta se traduce en un impacto real, reduciendo toneladas de plástico que habrían terminado contaminando mares, ríos y paisajes.
Pero el desafío no termina aquí. Para avanzar hacia una economía verdaderamente circular necesitamos extender estos cambios a otros plásticos de un solo uso, exigir innovación a la industria y fortalecer la responsabilidad extendida del productor. Desde la compra consciente hasta el reciclaje, cada paso cuenta. Además, en nuestra crianza tenemos un rol clave: mostrar con el ejemplo que podemos tomar decisiones sustentables en la vida cotidiana y transmitir a niñas, niños y jóvenes que cuidar el medio ambiente es esencial para ser buenos ciudadanos, responsables y comprometidos con el futuro de todos.
La historia del plástico nos recuerda que la tecnología y la innovación deben ir siempre de la mano de la responsabilidad ética y el respeto por nuestro entorno. Hoy más que nunca, cada decisión que tomemos como consumidores puede convertirse en un pequeño acto de rebeldía en favor del planeta y de las generaciones futuras.
Este cambio de mentalidad es clave para el ecoturismo, una actividad que depende directamente de la calidad y conservación de los ecosistemas. La acumulación de bolsas plásticas y otros residuos en playas, montañas, ríos y parques naturales degrada los paisajes y disminuye su atractivo, afectando no solo la experiencia de los visitantes, sino también a las comunidades locales que viven del turismo responsable.
Promover destinos libres de basura y educar a los visitantes sobre prácticas sostenibles fortalece la imagen de un turismo comprometido con la naturaleza. Cada bolsa reutilizable, cada residuo recogido y cada hábito consciente contribuyen a conservar esos territorios que tanto valoramos y que, bien cuidados, pueden seguir generando desarrollo económico, cultural y social para las generaciones futuras.
|