Los campos de altura tienen ese no sé qué, a lo menos es un tufillo a leyenda, a historia, de esas que se murmuran, pero pocos la tienen clara. La verdad cuesta hilvanar lo que corre con el viento, los pasos cansinos, voces entrecortadas, miradas extraviadas y divergencias de generaciones. Los campos de El Espinal, en los altos de San Esteban, difuminan el acertijo desde hace ya bastantes décadas. Esos parronales y carozos estaban en manos de la la exportadora David del Curto, como Agrícola El Triunfo, sin embargo, ahora se nos presenta como Garcés Fruit, una marca mundial en el rubro cerezas. Unas pircas de piedras, carreras de degúes y cernícalos al aguaite, le dan carácter a la localidad.
Juan Andrés es nuestro personaje que transparenta el relato, es ese caminante de los potreros del valle, de los piedemontes andinos y el que ha mirado las cumbres sombrías de la oración. No diría que es enjuto, mas sí desgarbado, algo serio, taciturno y lacónico. Sin embargo, alberga la sabiduría del pasado, la experiencia de los casi setenta años. No es de aspavientos, de hablar fuerte o risas inventadas, es mas, cuesta verlo. Su mirada es serena y modo tranquilo, otorga seriedad y transmite crónicas verídicas, o al menos las que el siente de esa manera. Lo sigo con la mirada, anhelando conversar con él.
El cerro Alto del Guindo de 2034 metros sobre el nivel del mar, es la cumbre que domina el Valle del Espinal. Esa cima ha visto asentamientos precolombinos, la colonia, haciendas y predios modernos. Los murmullos tienen que ver con esa montaña, con su color amarillo y quebradas doradas. Numerosos eventos extraños se le atribuyen a sus tesoros escondidos y los cuentos transmitidos por generaciones constituyen la leyenda. Innumerables recorridos han ido detrás de alguna huella que les de pistas de un yacimiento aurífero. Sin embargo, ya sea después del Paso del León o el Agua de las Tórtolas, siempre la espesa neblina del recorrido ha escondido las vetas.
Lentamente Juan Andrés, enreda las sílabas para describir hechos pasados que envuelven la historia, por allá en 1973. El sol era inclemente durante febrero de esa temporada, los trabajos del campo ya habían sido mandados desde la llavería y los campesinos montaban de a caballo, para ir a los potreros interiores. Quedaban algunos tractoristas, un capataz y dos maestros bajo el largo corredor de la casona, cuando sorpresivamente se presentan dos hermanas de impecable túnica marrón con escapulario del mismo tono, acompañadas de velo negro y toca alba. Cómo llegaron, qué deseaban, cómo desaparecieron, fueron las inquietudes que quedaron para siempre en los anales del campo.
Los tiempos han cambiado y mientras en la actualidad el fundo El Espinal, gracias a los capitales que maneja, realiza el control de heladas con modernos helicópteros, en la década de los ochenta, numerosos campesinos prendían montones de ramas y bostas. Fue en el mes de septiembre de 1982, durante la madrugada, cuando la helada se hacía más intensa, el ladrido de los perros hace otear hacia el mirador, un cerro del campo y claramente se vieron trece arrieros muy bien montados, que cabalgaban cortando la mirada de la cumbre. Los galgos se fueron cerro arriba, lo que hizo retroceder a los jornaleros, las preguntas nuevamente se hicieron sentir en esos parajes, pues por más que se buscaron las huellas, nunca aparecieron.
El frío ambientaba la conversación, un par de pichos escoltaban a Juan Andrés y sentados en un par fardos, se inundaba de perfume el ambiente, lo que invitaba a seguir descubriendo los secretos del Espinal. Sin entender aún la relacion de los hechos extraños con la búsqueda del mineral del Guindo, me cuenta que el campo es muy acontecido por esa razón, para evitar la codicia de los parroquianos, que podría terminar con la familiaridad y tranquilidad del lugar. Habla ya de corrido y sin timidez, recorre los posibles piques precolombinos, las perforaciones con tiros de explosivos y algo que se había guardado, un mítico portón de lata que cubre la entrada al yacimiento, escondido en una mancha de litres del Alto del Guindo.
Reconoce que durante largo tiempo estuvo en la búsqueda del filón de oro, caminando las estribaciones del cerro, acampando en senderos que daban a las quebradas, escarbando paredes amarillas y mirando las estrellas que le dieran alguna pista. Caminó cumbres nevadas, hasta que algo inusual y mágico le ocurrió, durante dos oportunidades al subir el nivel de las neblinas, vio la marcha de una tropilla de mulas cargadas, alrededor de diez, sus cinco sentidos la visualizaban, mas su corazón le indicaba finalmente, con hechos reales, que el yacimiento aurífero no sería para él.
La vida de campo estaba intranquila, los campesinos quisieron recuperar el espíritu de antaño y desecharon los sueños de lavaderos de oro y perforaciones con explosivos. Decidieron ir al ámbito religioso y acabar de una sola vez con los hechos extraños … El Espinal recibió la imagen de Santa Teresita de Los Andes, la ubicaron en una gruta y realizan caminatas, al menos la gente del predio, pues es propiedad privada. Juan Andrés, mira al pasado, mas ya no teme a tropillas de mulas sobre las neblinas, arrieros cortando la vista de las cumbres, monjas llegando de improviso al corredor de la casona ni míticos portones de lata entre bosques de litre.
PD: Agradecimientos especiales a Juan Andrés y Mauricio Saldívar, quienes, con su testimonio, nos ha permitido novelar, otra leyenda de nuestro valle.
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