Recientemente CNN Chile reportó sobre los resultados de una encuesta que mostró cifras llamativas: un 73% de los chilenos y las chilenas percibe la salud mental juvenil como deficiente y tres de cada cuatro reportan apoyar la prohibición del uso de redes sociales a menores de 14 años. No es casualidad que, en este clima de alarma, también surjan voces que piden prohibir el uso de ChatGPT en la educación.
Pero ¿no estaremos repitiendo el mismo error del pasado? Hace algunos años se prometía que la tecnología resolvería todos los problemas de la enseñanza; hoy, la reacción es prohibirla. En ambos casos, lo educativo ha quedado relegado. Y más, se ha relegado una mirada crítica a los discursos que, en ambos casos, sustentan su idealización o demonización.
ChatGPT y otras herramientas no son, por sí mismas, ni la causa del deterioro ni la solución mágica. Hay discursos que construyen las realidades donde éstas operan. El desafío no es vetarlas o idealizarlas, sino debatir qué lugar queremos que tengan en el aprendizaje y cómo construimos condiciones para que estudiantes desarrollen pensamiento crítico, agencia y ciudadanía.