El sistema educativo requiere con urgencia cambios estructurales para que nuestra profesión se reposicione social y profesionalmente. Quienes ejercemos esta labor, escuchamos frecuentemente cómo la sociedad desconoce el verdadero rol docente. Cuantitativamente hablando, el 76% (Horizonte, 2025) de quienes ingresan a las pedagogías, lamentablemente desertan del sistema luego de un par de años.
Paradójicamente las leyes asociadas a lo educativo, como la ley de inclusión, hablan de lo que debemos hacer los y las profesoras para desarrollar procesos de aprendizaje que potencien a niñas y niños con independencia de su diversidad mientras, en la educación superior, se cree que el solo hecho de subir los puntajes de ingreso, la incorporación de estándares y la evaluación docente son el camino para dotar a Chile de mejores profesoras y profesores.
La pregunta es, ¿por qué? y la respuesta está, según mi opinión, en este último concepto: el sistema. Contamos con un sistema que está mal estructurado de principios a fin, si bien cuenta con elementos necesarios para el desarrollo de la formación docente, los énfasis están errados y han minado tanto las vocaciones pedagógicas de quiénes desean ingresar como se quienes se encuentran en ejercicio.
Los estándares han plagado las aulas de procesos evaluativos que hablan de un análisis crítico que permite la mejora continua, pero que se ha convertido en un sistema de cuentas que, en lugar de validar la territorialidad y un currículum situado, busca saber qué se ha hecho, cómo se ha hecho y para qué decisiones se ha hecho a fin de evaluar el impacto. Las comunidades educativas se enfrentan a largas jornadas de trabajo para plasmar en un papel aquello que las instituciones fiscalizadoras y acreditadoras, esperan.
Pero olvidan que el centro de todo proceso educativo son los estudiantes. Que para que se desarrollen, se necesita que los docentes estén pendientes de habilitar espacios para escuchar, debatir, analizar, proponer, crear y construir en torno a su realidad educativa porque definitivamente no es lo mismo un aula austral que una nortina. Del mismo modo, a nivel nacional, es necesario asegurar los espacios reales de formación docente para la actualización que requieren las exigencias del medio. Lo que parece obvio se hace cada vez más imposible cuando priman las mediciones por sobre las valoraciones.
Seguir en las aulas es un tremendo acto de resistencia, un acto profundamente político que implica, en una logística crítica y transformadora, decidir a diario seguir tras la búsqueda de la conciencia y el compromiso con su realidad.
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