Sabado, 15 de Noviembre de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

¿Qué educación nos traerán las elecciones presidenciales?

Por: Dr. Jaime Fauré, académico de Psicopedagogía UNAB.

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En estas semanas hemos escuchado los candidatos presidenciales hablar de educación. Unos pusieron el acento en la disciplina, otros en elevar puntajes en pruebas estandarizadas. Algunos comentaron sobre tecnología, más infraestructura o reducir la burocracia. Pero en todos los discursos siempre es vital repensar el corazón del sistema educativo.

Mientras la política sigue discutiendo cómo administrar mejor lo bueno que ya tenemos, la sociedad cambió a una velocidad sin precedentes. El conocimiento ya no se concentra en un tiempo y lugar determinado, como cuando las escuelas eran la única puerta de entrada al saber. Hoy las oportunidades para aprender se multiplicaron y diversificaron: están en la comunidad, en internet, en el trabajo, en la familia. Sin embargo, nuestro sistema educativo sigue operando como si nada hubiera cambiado.

La pandemia nos lo demostró brutalmente. En esa época, el aprendizaje ya no pudo ser encerrado dentro de los cuatro muros de la escuela. Padres y madres tuvieron que convertirse en profesores improvisados. Los profesores se reinventaron para acompañar a sus estudiantes en condiciones adversas frente a la pantalla. Millones de niños comprobaron que se puede aprender en línea, en casa, en cualquier espacio que permita interacción y acceso a recursos. Esa experiencia no fue solo contingencia: fue la demostración de que la educación ya ocurre en redes distribuidas e interconectadas. Y siempre fue así.

Y ahí está la gran ausencia en el debate presidencial: nadie nos invitó a pensar en un sistema educativo que reconozca esta nueva realidad. Nadie habló de tender puentes entre la escuela y el resto de la sociedad, entre saberes formales e informales, entre formación inicial y aprendizaje permanente. Nadie imaginó una educación que dejara de ser un evento concentrado en la infancia y enclaustrado en la escuela para convertirse en un proceso abierto, continuo y colectivo.

Esta educación distribuida e interconectada no es utopía académica. Es una respuesta concreta a los desafíos del presente. Significa reconocer que aprendemos a través de recorridos únicos y que necesitamos transformarlos desde una acción situada. Significa asumir que ninguna institución por sí sola puede garantizar lo que la sociedad requiere: acceso real y equitativo a oportunidades de aprendizaje significativas.

Esto implica que el Estado debe continuar su avance hacia modelos de gobernanza educativa distribuida, con amplia participación de las comunidades educativas. Que la escuela debe dejar de ser una isla y debe convertirse en un nodo conectado con centros culturales, organizaciones sociales, empresas y familias. Que los currículos dejen de ser listas interminables de contenidos para convertirse en marcos flexibles que den cabida a trayectorias diversas, centradas especialmente en la construcción de una identidad de aprendiz robusta que habilite a seguir aprendiendo.

No se trata de eliminar la escuela, por supuesto. En realidad, debiésemos repensarla como parte de un ecosistema más amplio. Un ecosistema donde el aprendizaje formal dialogue con lo que ocurre en la calle, el barrio, internet o el trabajo. Un sistema que entienda que formar ciudadanos críticos, creativos y solidarios no es posible si seguimos reduciendo la educación a exámenes y competencias por puntajes durante la infancia.

Los candidatos han hablado de inversión, infraestructura, evaluaciones. Pero casi nadie se preguntó por el sentido. ¿Para qué educamos? ¿Para preparar empleados obedientes o para cultivar ciudadanos capaces de transformar su entorno? ¿Para replicar el modelo de segregación que heredamos o para construir comunidades de aprendizaje inclusivas?

Chile ya vivió momentos donde la ciudadanía se movilizó exigiendo otra educación. Pero hoy, en el debate presidencial, esa demanda parece haber desaparecido. Y, sin embargo, es la pregunta más urgente: ¿nos conformaremos con administrar mejor este buen sistema que ya tenemos, o nos atreveremos a imaginar un futuro distinto con un sistema todavía mejor?

Mientras no nos hagamos esta pregunta, las promesas seguirán orbitando alrededor de lo mismo: más recursos, más pruebas, más controles. Lo que necesitamos es un salto cualitativo hacia un sistema que reconozca que la educación es un proceso distribuido, interconectado y vital para toda la sociedad. Quizás la verdadera discusión presidencial no debió ser cómo mejorar la escuela que tenemos, sino cómo actualizarla para que responda a la educación que todavía nos debemos.

 


 
 
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