El concepto de “edadismo laboral” se ha hecho más recurrente en la agenda pública, sobre todo en los últimos años. De hecho, según datos del INE en el trimestre junio-agosto de 2025, los trabajadores desempleados que tiene 50 años y más, alcanzan un 6,6%. es decir 209.171 personas.
A menudo cuando superviso procesos de reclutamiento, se solicitan cada vez más requisitos como “ojalá hasta 45” o “busquemos alguien joven que venga con energía”, sin haber visto un solo currículum senior.
¿Menos flexibles, más costosos o menos innovadores que sus colegas más juniors? Lo cierto es que muchas de estas percepciones se basan en prejuicios que no se condicen con la realidad de un país que envejece rápido y que tendrá más personas mayores activas, queriendo seguir aportando.
Hoy existe una mezcla de sesgos culturales, miedo al costo y poco entendimiento del valor real que aporta un trabajador con 25 o 30 años de experiencia. Sin embargo, sumar a este segmento es clave por varias razones. j
Una persona de 50 o más aporta no sólo solo “años”, sino que también criterio a la hora de tomar decisiones, gracias a las crisis que ha enfrentado o errores corregidos, además de las relaciones construidas con clientes y equipos. Esta experiencia no se enseña en ningún curso.
Por otro lado, quienes pertenecen a este rango de edad fortalecen el capital humano, ya que es sabido que los mejores equipos de trabajo son aquellos que están compuestos por personas diversas, donde conviven distintas generaciones. De esta manera, se equilibra la energía y la innovación de los más jóvenes con la calma y perspectiva de los profesionales más senior.
Finalmente, si como empresas hablamos del compromiso que debemos tener con la inclusión, sostenibilidad e impacto social, pero dejamos fuera a los trabajadores que tienen más de 50, se genera una incoherencia de base. Integrar a este segmento también es una forma de reducir la vulnerabilidad económica en la vejez, un tema que debemos abordar en Chile de manera urgente y decidida.
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