Martes, 30 de Diciembre de 2025  
 
 

 
 
 
Opinión

Soledad y abandono: la epidemia silenciosa a enfrentar en Año Nuevo

Por Carmen Lamilla

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En Chile, las noticias que nadie quiere escuchar se repiten con desgarradora constancia: una persona mayor encontrada muerta en su hogar tras más de un año sin ser vista, niños abandonados en tomas sin servicios básicos. Titulares que parecen no sorprendernos, como si nos hubiéramos acostumbrado a esa tristeza, como si hubiéramos aceptado esta realidad como inevitable. Esto, sin duda, es una epidemia mucho más grave que cualquier otra que afecta a nuestro país.

Estamos tan atrapados en nuestro propio mundo que olvidamos al otro. Adictos a la tecnología, conectados perpetuamente a nuestros dispositivos, pareciera que no vemos lo que está a nuestro alrededor: ni a nosotros mismos ni a quienes hoy sufren en silencio. Resulta contradictorio y doloroso que, por un lado, Chile se una ante catástrofes naturales para salir adelante, pero las tragedias que ocurren en el seno familiar nos fragmentan y hacen perder empatía hacia el prójimo.

¿Qué pasó con las redes de amistad, con el vecino, con el barrio? Esas comunidades donde los adultos eran responsables de cuidar a la niñez y a los mayores. La soledad y el abandono han ganado terreno, como si olvidáramos que el ser humano es social por naturaleza. ¿Acaso hemos dejado de ser humanos? ¿Estamos retrocediendo hacia una sociedad ermitaña?

No tiene sentido. Tal vez toda esta reflexión parezca incoherente, pero en este término de año, en estas vísperas de Año Nuevo, urge hacer que nuestras redes sociales, no solo las virtuales sino también las humanas, funcionen. La persona mayor fue detectada gracias a una alerta administrativa por no cobrar su pensión durante seis meses. Si contamos con tanta tecnología, ¿por qué no la usamos para crear sistemas de alerta temprana que detecten factores de riesgo y coordinen a equipos interdisciplinarios para prevenir tragedias?

Los seis niños hallados abandonados en una toma sobrevivieron gracias a la alerta de una escuela y la colaboración vecinal. Pero pudo haber sido otra historia. Esto no es sólo responsabilidad de las instituciones; todos debemos estar alertas. Extrañamos aquel vecino o vecina “bisagra”, siempre atento a lo que ocurría en el barrio, capaz de levantar la voz cuando algo no estaba bien.

Hoy necesitamos más que nunca reconocernos en el otro, mirarnos, salir del anonimato y del encierro individual. Si no vemos a nuestro vecino por días o notamos que niños dejan de ir a la escuela, debemos preocuparnos y actuar. No podemos seguir dejando que el miedo a las posibles consecuencias nos paralice; debemos temer más a la soledad, a la ruptura de lazos humanos y a la desintegración comunitaria.

Volvamos a mirarnos, a cuidarnos. No es difícil y nos hará más humanos.

 


 
 
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