Siempre es interesante escudriñar en historias y leyendas de Campos de Ahumada, tan lejos y tan cerca de Los Andes, tan lejos y tan cerca de los asentamientos humanos prehispánicos y de la colonización española. Por ello no dejo pasar la oportunidad de conversar con Mauricio Saldívar, oriundo de la localidad del Cobre, ese campesino amante de su cultura, recolector como sus antepasados, maestro de sabiduría ancestral, cultivador, leñador, tractorista y conocedor de su entorno. Recorre en su memoria cuarenta años y va a las historias de su padre Luis, más conocido como Pajilla, cuando entre gallos y medianoche relataba calmadamente a la luz de las velas, y con sorbos de mate amargo, las aventuras de estrechos corredores, oscuros y fríos de su trabajo de pirquinero.
La historia prehispánica ha dejado sus rastros de petroglifos y pinturas rupestres, que sigue estudiándose en la actualidad, pero vamos al siglo XVI, cuando el apellido Ahumada seguía la ruta de los minerales y entre Choapa y Petorca, realizaba trapiches para el lavado de oro. Campos de Ahumada viene de la colonia, cerros de estepa de acacia caven, quebradas con correntías de esteros en años buenos y gargantas secas en los malos. Espectaculares zonas de vegas, como Vega de la Fragua, donde la avifauna silvestre se solaza en diferentes períodos, aunque frecuentemente vigilada por rapaces hambrientas. Relictos de flora nativa se esconden entre lomajes, que lentamente van alcanzando las cumbres.
Mauricio recorre el camino de Campos de Ahumada, junto a sus hijas Alejandra y Andrea, se detienen en la famosa Vuelta del Águila, rápidamente bajan dirigiéndose a los relatos antiguos, ahí está frente a sus ojos la recordada mina de Bugueño, mas no quieren entrar a los cientos de metros, que el abuelo de la niña describía, pues un hormigueo en el estómago se sentía al mirar el portal. La noche de misterios volvía irremediablemente, las picotas sonaban seco en el interior de las estribaciones andinas, las mechas que encendían la pólvora provocaban los estampidos deseados y los capachos de piedra con mineral de cobre lentamente eran arrastrados por unas mulas bayas cargueras. El sendero de herraduras que el boquerón poseía, hacia imaginar lo que nadie quería creer.
Mauricio no olvida los riesgos que corría su padre en la mina de Bugueño, tampoco las cajas de explosivos, que día a día tentaban al destino. El sonido del polvorín vertical, ubicado para extraer el mineral, hacia tronar ese silencio calmo de madrugada, mientras doña Ema Alayana, su madre dormía la noche previa con el rosario en sus manos. Recordar que Sernageomin sólo fue creado en 1980, fundiendo dos organismos predecesores como Servicio de Minas del Estado e Instituto de Investigaciones Geológicas, de ese modo el servicio público reconocía solapadamente la falta de fiscalización de labores mineras, especialmente en el mundo de los pirquineros. El relincho de las cuatro mulas bayas acercaba la minería al campo y el pequeño colorín disfrutaba de paseos en pelo camino al corral.
Estos piques quizás vienen de incas y picunches, aunque al ser de cobre, lo más seguro es que sólo llegue a los 200 años de existencia. Mauricio de niño recorrió los ciento cincuenta metros, fue testigo directo de la extracción de vetas, con la utilización de viejos combos, barrenos y picotas. Los capachos llenos de material, eran procesados a la antigua, con morteros y marayes (molinos de piedra), mientras los pensamientos actuales rememoran las ajadas manos de don Luis, las mismas que sangraban al partir las filosas piedras verde azuladas. Alejandra le nubla los pensamientos a su padre Mauricio, y lentamente comienzan a escalar para alcanzar el mirador de la Vuelta del Águila, donde recuperan el aliento y miran sin descanso los lomajes de parrones.
Pasaban los años y las vetas de cobre se agotaban o decían que se agotaban, pues entre el pillaje y terroríficas leyendas, los morteros y marayes se iban silenciando. Historias de otros pirquineros no se detienen en Campos de Ahumada, bastaba cruzar el camino para encontrarnos con el pique California de los Tapia, o subir al sector de Las Represas, donde los Alayana. Si vamos a Ojos de Agua, el recordado mineral El Culebrón ya nos deja con algo de inquietud. La Guía y Santa Bárbara ya nos habla de la condición mineralógica del sector. Pero los antiguos recuerdan los mejores tiempos del pirquinero, cuando decenas de mineros trabajaban la Mina de Tierra o también conocida como de Óxidos, cuando la huella para sacar los minerales se adentraba en el fundo El Barro, fundiendo intereses agrícolas, mineros, ganaderos y turísticos.
Sabido es que, desde tiempos inmemoriales, nuestra cordillera trasmite leyendas, especialmente en una comuna como San Esteban, que abarca el mayor territorio de las cuatro, de la provincia de Los Andes. En largas conversaciones con Mauricio Saldívar dejaba ver inconscientemente un misterio, que hace ya muchos lustros, le había confesado su padre, quizás por el miedo al qué dirán, lo seguía guardando. Definitivamente los tesoros mineros de la mina de Bugueño tenían un guardián, que los antepasados llamaban “tutelares”, de manera tal que al igual que Luis Saldívar, numerosos otros parroquianos lo experimentaron.
Los detalles iban y venían, algunas veces se difuminaban, mas finalmente apareció la leyenda, que no tiene inicio ni final, pero al menos yo, no visitaría de noche la mina de Bugueño, quien ya se fue de este mundo. Un jinete y cabalgadura salen desde el interior de la mina tres veces durante la penumbra, incrédulo le consulto por el color de la piara, me dice lo que yo esperaba, negro azabache, pero otro lugareño que guardó su nombre, describe con mayor detalle la imagen, sombrero de paño de elegante inglés, grueso poncho negro de castilla y una gran bestia tordilla al salir y mulata tapada al entrar … misterios y leyendas a los pies de la Vuelta del Águila, donde baja el estero La Ñipa.
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