El campo andino de los años sesenta eran muy diferente al actual y Ernesto Zenteno lo caminó. El silbido que se llevaba el viento definitivamente iba dirigido a un pingo, que de manera resuelta se giraba hacia el criador como reconociendo el fardo y la pesebrera, pero también la jáquima y la manea. El poncho de Zenteno hacía la facha de pertenencia a la tierra, su sombrero al respeto a la vida de campo, sus manos al conocimiento de las riendas, pero también al manejo de las tijeras, tutores y herramientas de poda en las extensas sementeras de cáñamo de mediados del siglo pasado.
Comenzaban a crecer las plantaciones de vides y conserveros, pero no podían faltar los potrerillos con alfalfa, avena y cebada. El ganado era su pasión, sólo basta ver en pie los viejos corrales de El Sauce, los faldeos con sus quebradas y espinales en copa como sombreadero. Si bien no tuve la fortuna de conocerlo, me ha bastado recorrer sus senderos de herradura, los silos, graneros, muros de adobe, su calle La Florida, pero sobre todo sus hijos José y Jorge, herederos del talento y embrujo de los potreros, siembras, ganado y plantaciones. Ernesto conocía el llamado de las piaras, para que se acercaran bufando con orgullo, mas también humildad faldera.
Alrededor del 2010 recorrí los corrales y silos de don Tite, recuerdo que había traído unos bretones de montaña desde el sur con el ánimo de reproducirlos, curiosa intención, pues todo el escenario olía a caballos chilenos y rodeo. Un golpeteo se sintió en la pesebrera. El golpe de vista dio paso a la leyenda, sin conocerlo, el mito se había escuchado, la fuerza de su mirada y relincho no dejaba impávido a nadie, ahí delante de mí, un corazón valiente, el mentao “Enlace”. La furia de los lomajes, el pingo de José, la historia viva del criadero San Esteban. Se me acelera el pulso, los manotazos a las tablas intimidan, el bufido abre paso a la gloria, a las carreras perfectas del nacional de Rancagua y al tranco firme proveniente del Nevado.
Lunes 11 de agosto, la cita es con José Zenteno en la oficina del campo, a orillas de La Florida, entrando por el portón de calle El Molino. Se respira la hacienda y el pasado, veo escarapelas y la fotografía de don Ernesto, también me parece retroceder a los sembrados antiguos y por un momento no se si conversaré con el padre o el hijo. Medito, qué orgullo debe ser esa mancomunión, más adelante descubriría el porqué de esa presencia. Son mil historias las que sin duda podríamos charlar, pero el tema es puntual y me propongo respetar la media hora de conversación que solicité. No es fácil llevar a José a su potro soñado, de hecho, era una crónica largamente añorada, como tampoco insinuar el aura presente de su padre.
Al rato nos vamos al 2005, cuando la historia indica que entre el 1 y 3 de abril, se corría el rodeo nacional N°57, la serie de potros registra a los Ortega (tío y sobrino) del criadero San Esteban en el segundo lugar con 29 puntos buenos. Los huasos andinos ya se vestían de etiqueta y los mancos Enlace y Reservado Segundo, ingresaban a la serie de campeones. La media luna de Rancagua se venía abajo con el histrionismo del Loco y la prestancia del Tomate, mientras el corazón de los Zenteno no cabía en el pecho. Si bien Willer y Astaburuaga lograban el primer lugar con 35 puntos, no es menos cierto que la collera sanestebina acumulaba mejores guarismos que los mismísimos, Cardemil, Navarro, Loayza y Tamayo.
La historia de José Zenteno cambiaba para siempre, su potro rosillo lo sacaba del anonimato, desde ahí en adelante en todas las regiones y medialunas de Chile, se le conocería como el “dueño del Enlace”. Su criadero subía de categoría y la promesa que había realizado a su padre don Ernesto, de tener pocos caballos, quedaría “entre dos aguas”. Haciendo un breve raconto, a principios de los 90, los Zenteno incorporaron al potro de dos años y medio, proveniente del criadero El Nevado de Sergio Hirmas, original de la localidad rural de Viluma, aunque el segundo dueño había sido don Omar Martínez, había nacido el 26 de diciembre de 1988, sus padres Ajiaco y Enlazada, pero la verdadera línea que José buscó fue la de Andrajo, atajador y poseedor de un gran sello racial.
Un potrillo grueso y vehemente, nada fácil de manejar, el moro mostraba su carácter y los recuerdos de José, van a la amansa de Triviño, quien le tiró los primeros peleros y ajustó la guatana. El largo camino que implica la enseñanza del arreglador lo inició Nicanor Valdez, hasta que las manos del mejor lo terminaron, nada menos que el jinete Carlitos Saavedra. Si bien en numerosas ocasiones la revista Caballo y Rodeo ha realizado crónicas a José por la performance de Enlace, han sido sus jinetes los que lo han movido, hidalgamente reconoce que era incluso más bagual que chúcaro. Su voluntariedad fue tan extrema, que, en un rodeo en Quillota, se escapó a un cerro del sector La Palma, para juntarse con una cuerda de yeguas. Mientras que otra vez el petisero ya muy de noche lo pilló en la plaza de Limache.
Sigo sintiendo la presencia de Ernesto Zenteno, y cómo no ha de ser, si fue de sus manos la entrega del criadero a su hijo mayor, de parecido increíble y también apasionado por los caballos. Definitivamente Enlace marcó una época en el rodeo, seis veces llegó al nacional de Rancagua, haciendo collera con Te Arremango, Mocosito, Regalona, Reservado Segundo y Caudaloso.
Recorremos los corrales y pesebreras y el gen moro está por todas partes, no en vano estas crías han logrado los puntos para Rancagua, curiosamente con la misma madre llamada No Me Olvides: Mala Junta, Entonado, Acampaita, Patroncita, Chispa y Etiqueta Negra. Su vida de reproductor fue larga y productiva, hasta que, en septiembre del 2016, a los 28 años, dejó los campos de Zenteno, así lo recuerda una significativa lápida a un costado de las pesebreras.
Ya ha pasado el tiempo de don Ernesto y Enlace, mas ambas figuras se encuentran más vivas que nunca en el recorrido de José Zenteno por sus interminables corrales, en el relincho de los moros recordando al padrillo, en el paso cansino de los pastores alemanes, en la descendencia de propios hermanos que llegaron al nacional y en la eterna impronta que dejaron ambos en el reconocido criadero de caballos chilenos San Esteban, Los Andes, Chile.
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