La muerte de Esteban Hermosilla, de tan solo 10 años, en Recoleta, tras el impacto del furgón escolar en que viajaba con un automóvil en el que delincuentes huían luego de haber realizado un robo, es una tragedia que conmueve profundamente y nos enfrenta a una realidad que va más allá de este lamentable hecho.
Aunque la atención se centró en los delincuentes y la "crisis de seguridad" que vive el país, este caso evidencia una falla estructural persistente, que quienes hemos utilizado estos transportes, ya sea como estudiantes o padres, hemos presenciado: miles de niños viajan cada día en furgones con escasa protección.
Muchos vehículos carecen de sistemas de retención infantil adecuados, cinturones de tres puntas, anclajes ISOFIX o elementos básicos como airbags, frenos ABS y asientos firmemente fijados. Esta situación se ve agravada por una legislación débil y fiscalización insuficiente: solo se exige cinturón en vehículos fabricados después de 2007, y los furgones escolares quedan exceptuados de sistemas de retención infantil, aumentando significativamente el riesgo.
Mientras estos vacíos persistan, tragedias como la ocurrida ayer seguirán siendo posibles. La muerte de un niño nunca debería depender de la suerte; proteger a la infancia requiere normas exigentes, fiscalización efectiva y un compromiso real del Estado.
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