Muchos lo decimos hace tiempo (unos en la sobremesa y otros en la esfera pública): es muy probable que nos sorprendamos en las elecciones que vienen, y que no gane quien se cree y marca en las encuestas, sino el candidato que vino a arrancarle a él el voto de derecha dura.
Las encuestas nos sirven, son necesarias. Pero para escenarios como este hay que ir más allá. Para comprender el malestar y sus consecuencias hay que conocer las experiencias de vida, la relación de la ciudadanía con el Estado, las promesas incumplidas y la frustración. Lo institucional es una cosa, pero falta explicación de lo social.
Esto busca hacer, por ejemplo y como otros/as, Kathya Araujo en su último libro, “El circuito del desapego”. Con investigación empírica de larga data muestra el circuito de emociones y sentires que han llevado al “desapego” en Chile. El término específico y precisión podemos discutirlo, pero no es la intención acá. La intención, más bien, es mostrar que hay cosas que se deben explicar por lo social, y al comprender esa dimensión buscar soluciones que atiendan el fondo. Como Araujo, hay otros quienes vienen buscando hacer ciencia social (como Luna, también con su último libro). Pero falta.
En un momento (global, por lo demás) de desapego (Araujo, 2025), que pasa por la irritación, el desencanto, la frustración, la decepción, la desmesura y el abandono, no puede extrañarles a las élites que gane alguien como Kaiser y que tenga tantos votos alguien como Parisi. El peligro del abandono sistemático está a la vuelta de la esquina: candidatos que no sabemos con quién gobernarán, que no sabemos si el odio de su discurso es pura retórica que se les fue de las manos o es el recurso con el cual van a ejercer el mando, y/o que no sabemos hasta dónde van a llegar hasta que llegan (como Trump).
De nuevo: las encuestas están bien, pero no bastan. Las cifras que muestran cuánta confianza tiene la ciudadanía sobre diversas instituciones, por ejemplo, no alcanza a representar el desapego que mencionamos. Mostrar un promedio de las opciones que escogieron personas ante la pregunta de “cuánto confía…” no muestra la irritación y el hastío cotidiano. En la ciencia social nos falta. Si queremos poner conocimiento al servicio de las sociedades, nos falta.
En un trabajo de campo aún muy incipiente de una investigación en curso, nos hemos encontrado con profesores de colegios de zonas vulnerables preocupados por sus alumnos. Un profesor nos comenta que a los estudiantes ya no les importa el colegio, los profesores y las notas. Saben que esforzarse en el colegio no rinde frutos, y prefieren conseguir lo que quieren de otras formas. Las causas y las consecuencias son sociales: expectativas frustradas que llevan a proyectos de vida en que “no me interesa esforzarme. Lo que quiero es ser narcotraficante; tener dinero y armas”.
En las urgencias de los problemas que aquejan a las sociedades y democracias actuales, hemos tendido a barrer bajo la alfombra lo social, pues es complejo y requiere visión a mediano y largo plazo. El delito, sus motivaciones y complicaciones, es ejemplo de ello, pues tanto la política como la academia están insertas en la vorágine del día a día.
El tema no es dejar de lado esa vorágine. Pero las instituciones se desbordaron, las consecuencias están cada vez más cerca, y las élites siguen igual o más desconectadas que hace 6 años, cuando se sorprendieron en las calles con la “invasión extranjera y alienígena”.
Lo formal, lo legal, lo tradicional, ya no hace sentido a muchas personas. Unos buscan caminos alternativos en el día a día, otros lo hacen en la papeleta. Hay que preguntarse por qué, y cómo generar sociedades con caminos formales legítimos y certeros. Lo alternativo a lo que ya conocemos también puede terminar por frustrar, tarde o temprano, las expectativas de solucionarlo todo.
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