Hay una idea que debemos desterrar de raíz: la de que envejecer equivale a retirarse, a dar un paso al costado mientras “los demás” siguen construyendo el mundo. Nada más falso ni más funcional al viejismo estructural que sostiene nuestro sistema. En Chile, más de 3,5 millones de personas tienen más de 60 años —casi el 19 % de la población, según el Instituto Nacional de Estadísticas— y, sin embargo, siguen siendo marginadas de los espacios de decisión, participación y liderazgo. El envejecimiento poblacional es una de las transformaciones sociales más profundas del siglo XXI, pero nuestras políticas aún lo tratan como un problema asistencial, no como una oportunidad política y cultural.
El mandato de “retirarse” no es natural: es una forma de exclusión institucionalizada que despoja a las personas mayores de poder simbólico y material. Frente a eso, urge cambiar la pregunta: no cómo cuidar “a” las personas mayores, sino cómo garantizar que sean protagonistas del cambio. Envejecer no es perder valor; es ganar historia, perspectiva y fuerza colectiva. Invertir en su empoderamiento no es caridad ni acompañamiento: es justicia social y desarrollo sostenible.
En este contexto, la iniciativa “Formando Formadores Mayores”, impulsada por la Fundación GeroActivismo y financiada por el Fondo de Fortalecimiento de Organizaciones de Interés Público, llega como una propuesta profundamente política: formar líderes mayores —principalmente mujeres— con herramientas de derechos, arte y tecnología, para que se conviertan en agentes de transformación social en sus comunidades. En cada sesión, las y los participantes reflexionarán sobre identidad, bienestar, rol del Estado y artivismo. Habrá bordado, collage, escritura, demostrando que el aprendizaje, la crítica y la creatividad no tienen edad.
Los datos confirman la urgencia de este tipo de iniciativas. Según el Servicio Nacional del Adulto Mayor, solo un 23% de las personas mayores participa activamente en organizaciones comunitarias, y más del 60% siente que su opinión no es considerada en decisiones locales o familiares. En tanto, el Índice Global de Envejecimiento Activo ubica a Chile por debajo del promedio de la OCDE en participación cívica de mayores. Estas cifras no son casuales: reflejan un país que envejece bajo estructuras que no escuchan, no confían y no invierten en sus mayores. La falta de espacios de formación, transporte, alfabetización digital y reconocimiento refuerza un círculo de exclusión que no podemos seguir normalizando.
El envejecimiento ya no puede abordarse solo desde la salud o la asistencia social. Requiere una mirada política, cultural y feminista que reconozca el valor de las trayectorias vitales y promueva la participación en todas las edades.
Chile necesita políticas sostenidas que amplíen estos espacios, fomenten la educación continua y garanticen la presencia activa de personas mayores en las decisiones públicas. Programas como Formando Formadores Mayores muestran que el cambio es posible: solo hace falta voluntad política y una ciudadanía que entienda que el futuro se construye con quienes han forjado el futuro de nuestro país.
Porque envejecer no es retirarse: es rebelarse. Es irrumpir con experiencia, dignidad y alegría en la historia que seguimos escribiendo juntas y juntos.
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