Después de más de ocho años de celebración en Los Andes, de la Fiesta del Guatón Loyola, se contó por primera vez la verdadera historia del famoso Guatón Loyola….
La historia del Guatón Loyola se remonta al Los Andes de los años cuarenta, cuanto aún éramos pueblo, con acequias de medía cuadra; abastecidas precisamente por el Canal del Pueblo, que aún riega el sector sur de Los Andes. Y también regaba los potreros de la Feria (hoy, Parque Urbano).
Así se llamaba porque allí hubo una feria en donde se remataba el ganado en pie, traído en las rejas del tren Trasandino, del otro lado de la cordillera.
A este remate venía siempre el Guatón Loyola porque vivía del negocio de los animales. Según don Rudesindo Castro que lo conoció, dice que se alojaba en el antiguo Hotel Continental de Los Andes. Allí llegaban los crianceros argentinos amigos de Loyola, a subastar carros completos con ganado.
Como persona el Guatón Loyola era simpático, bonachón, vividor, dicharachero y enamorado como él sólo. Luego de terminar sus negocios, se pinteaba como un futre: con su pantalón de fantasía a rayas, su camisa cuadrillé, chaqueta blanca cortita, sombrero de paño y zapatos de guaso, negros y de taco ancho. Así, con esta pinta, se las endilgaba a pasarlo bien en sus picadas.
En uno de los tantos viajes, dicen que venía de sur, coincidió una vez más con el Rodeo de Los Andes, al que ya conocía y estando acá, no podía perdérselo. El año pasado había estado en uno de ellos y lo había pasado recontra bien. Del antiguo Hotel salió pinteado hacia la Plaza de Armas de Los Andes, que en esos años era un Terminal de más de 60 coches victorias, y era la misma en donde Chito Faró y el Flaco Gálvez que eran amigos, descansaban a la espera de tener combinación para viajar a la Argentina.
Allí en la Plaza, Loyola tomó el coche victoria de don Ramón Nanjarí que lo encaminó hacia el sur para entrar por las calles empedradas del viejo barrio de Centenario.
Justo en la esquina de Uruguay con Brasil, se detuvo el coche y bajó el pasajero, se fue directo a la Medialuna. La esquina aún conserva los arcos de medio punto, clausurados e incrustados como medallones, en las viejas paredes de ladrillo, todavía se notan, en donde se vendía las entradas a los espectadores. Por esa esquina entró Loyola a la Medialuna para disfrutar del conocido Rodeo Rodeo de Los Andes.
Presumía que la Fiesta iba a ser muy buena, las canciones de las cantoras se escuchaban a una cuadra de distancia, tenían un gran vozarrón y sin micrófonos (se estaban recién conociendo).
Las ramadas, como siempre a un costado de la Medialuna, lucían engalanadas con la tricolor, llenas de ñeclas y guirnaldas. El techo con ramas de sauce y quinchas de hinojo, recién brotados. Loyola las miró con añoranza y se dirigió rapidito a la Medialuna. Se sentó allí, en el mejor lugar, para ver las atajadas dobles: frente al apiñaero. Allí empezaron a salir de la manga unos novillos negros cuyanos, bravos y lobos, de vacas sin lechar. De inmediato la pareja de huasos estaban encima de la bestia, amortiguándola... La puerta se abría y … ¡a la cancha el animal! … y … ¡a correr se ha dicho!... Mientras tanto, también, corrían las bandejas por las galerías, pero con chicha de Zelaya. Más allá, las montañas sostenían los últimos rayos del sol de la tarde que serpenteaban la blanca cordillera, que con tanta lluvia, está, como ahora, ¡más hermosa que las entre….!
Terminado el rodeo, vino la premiación y los clásicos, tres pie de cueca de los ganadores con la reina, enterrado hasta los tobillos en la arena de la medialuna. El ocaso del día invitaba a disfrutar la buena noche. El olor a sabrosos asados con hueso, como nos gusta en esta tierra, chirriaban en las parrillas humeantes.
A la chicha andina, ahora se agregaba el chacolí rosa’o (rosé dicen lo siútico). Las cantoras no paraban de tocar, y las tonadas ahora hacía de “aro, aro” a las cuecas. Las ramadas estaban llenas de parroquianos venidos de todas partes del valle, hasta unos santiaguinos habían llegado a la fiesta del Rodeo de Los Andes. Allí Loyola disfrutaba con las tallas entre chicha y chicha. Mientras la comadre Lola en la cocina hacía los “pequenes” y sacaba a punto las criollas y ricas empanadas caldúas del horno de barro que había calentado con la chamiza y el tasco de cáñamo ( esas..se comen paraitas pá no perder el jugo).
La fiesta entre cuecas y chicha estaba que ardía y el Guatón ya entonado compartía con sus amigos y amigas, a una de ellas, hacía rato que venía cortejándola y botándosele a encachao. En el ínter tanto, la dama se separó del grupo y se fue a la “casitas”, debió cruzar toda la pista, llamando la atención de todos por su belleza nativa, especialmente de los afuerinos que la piropearon hasta sonrojarla. De ello se dio cuenta Loyola y la escena le pareció de muy mal gusto. Pero al regresar y nuevamente pasar por allí, los piropos aumentaron e incluso un santiaguino se interpuso a su paso para lisonjearla a gusto. Loyola que observaba desde su mesa, le pareció que el tipo se había propasa´o y se levantó raudamente a defender la honra de la dama, e increpó duramente al tipo. Y sin mediar espera, se trenzaron a combos en plena fiesta, las cantoras siguieron su canto como en los barcos cuando se hunden, la pelea iba en grande, saltaban los vasos, los jarros y el comistrajo; peleaban como perros en leva, las empanadas volaban por entre las ramas. Salió de la cocina la Comadre Lola a imponer orden, pero no pudo parar el boche. Los puñetazos iban en todas las direcciones y los combos locos que se perdían los recibía el Guatón Loyola. Sin embargo, su entereza no disminuía, pero por más empeño que le ponía lo dejaron como cacerola al Guatón Loyola…….
Tan grande fue la pelea que traspasó los límites del valle y en Los Andes todo el mundo hablaba de ella. Pasadas las fiestas aún se la comentaba. En ese tiempo llegó por estas tierras el Flaco Gálvez en el Ferrocarril que venía de Santiago y debía esperar la combinación con el tren Trasandino, para continuar viaje a Buenos Aires, por lo que debió pernoctar en Los Andes y fue en esa espera que se enteró de la pelea del Guatón Loyola. Le impresionó lo impactado que estaba el pueblo, y empezó a registrar sus pormenores en unas servilletas de papel. Después la hizo canción y le puso música. De regreso de su viaje al exterior, ubicó a sus amigos “Los Perlas” y les comentó: ¡ Les tengo una cueca que les calza justito a ustedes! El Flaco y el Chico la interpretaron, y no pasó nada…. Pero de repente, casi sin saberlo, la cueca prendió como por arte de magia, y se empezó a cantar en casi todos los rodeos. La agarraron como un himno y se metió en la mente de la gente hasta convertirse en la leyenda que inmortalizó al Guatón Loyola. Se transformó en el himno patrio del rodeo chileno y quedó grabada en la mente de nuestro pueblo como una de las primeras cuecas bravas; por la fuerza de su contenido y la brava pelea que enfrentó con entereza nuestro amigo el Guatón Loyola en el Rodeo de Los Andes, convirtiéndose en una de las mejores sagas de nuestro folclor urbano.(Beto)
|