Miercoles, 21 de Mayo de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… “El Agua de la Perdiz”

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero.

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El agua de la vertiente corría en la pendiente al son de un canto constante de los fío fío. El mugido de los animales que habían logrado esa altura se mezclaba con el chapoteo de un paso de arena y agua en la suave quebrada. Las coguileras se enredaban en los boldos y quilas, perfumando el ambiente con sus bayas maduras. Unos zorros aullaban a lo lejos, pero el eco hacía retumbar ese rincón mágico. Mis cortos años nunca me permitieron ver una perdiz en ese lugar de la cordillera de la costa, a pesar de su nombre. Siempre pensé que era un sector tan perfecto, que una leyenda cubría su historia.

Seguramente ya no podría llegar a ese lugar, tal como lo hacía en aquella época, sin embargo, el “potrero adentro”, a cargo de don Lindor, debe mantener los espinales que alimentaban las vacas y corderos. Las palmas de treinta metros de altura y quinientos años seguramente siguen erguidas y pacientes en busca de otros cinco siglos. Desde ahí subíamos a través del Callejón del Guindo hacia la Loma del Beno, entre quillayes, peumos, lingues y arrayanes. La ansiedad de llegar a destino, muchas veces impedía observar el paso del puma, que rugía cerca de los chaguales a unos cincuenta metros.

La hacienda Las Palmas de Leyda es única en cuanto a avifauna y estrata vegetal. Perfectamente podría ser el lugar visitado por el naturalista alemán Heinrich von Kittlitz que, en una expedición rusa, recorrió el mundo entre 1826 y 1829, recolectando entre otras cosas trescientas catorce especies de aves. Quién sabe si su caballo lo llevó por La Viña y de ahí al paso de La Isla en la invernada de arriba, para alcanzar la Piedrazón, llegando al Agua de la Perdiz. Lo que sí es historia, es que fue este noble europeo quien clasificó nuestra endémica ave, que enérgicamente vuela desde el suelo y realiza ese grito uniforme, que es capaz de desordenar hasta el descanso de los somnolientos búhos.

En el Paso de la Isla, la huella no era gratis. El misterio era arrastrado desde que el diablo embaucó a don Erasmo, el capataz de la ovejería del fundo. Las hojas secas de los boldos crujían más de lo habitual al caer al suelo, un chiflón similar al raco silbaba clara y sagradamente a las tres de la tarde, como llamando al arriero. Tres huellas indicaban el descanso sobre una gran roca, de un ser con dos patas y una cola. En esa oportunidad el viejo ovejero, no alcanzó a ver beber las perdices, debido al cuasi infarto, luego de ver descansar en la gran piedra la figura de satán, convertido en un can titán.

Las perdices son aves de buen peso y alcanzan hasta treinta centímetros. La historia dice que los campos, desde Atacama hasta Ñuble, contaban con abundantes moradores. Sin embargo, la caza indiscriminada llegó a diezmar las poblaciones. En el campo era uno de los platos predilectos a través de la historia, de indígenas, sambos, campesinos y obviamente los patrones. Aspecto que lentamente ha podido revertirse debido al control de servicios estatales y la mayor conciencia ecológica de las personas. Sus posturas de hasta doce huevos, sin duda han contribuido a recuperar esos tres vuelos rasantes.

Mis recuerdos viajan a esos potreros de teatina, a una altura bastante menor a la ubicación del sector “Agua de la perdiz”. El viento de la tarde solía tumbar dichas espigas, quedando al descubierto los nidos que guardaban esos huevos color chocolate de naturaleza única. El macho cubría varias hembras, que ponían en un solo nido, razón por la cual la nidada al menos ofrecía ocho a nueve huevos. Se podría pensar que su labor era típicamente cómoda, mas la costumbre que venía por herencia le hacía realizar exclusivamente el empolle por los veinticuatro días de incubación.

Era normal encontrar nidadas cerca de los tranques, donde ellas caminaban a beber agua, y dejaban los rastros bajo las matas de romero y tebos. Lamentablemente eran muy mansas, lo que las hacía extremadamente vulnerables. La historia cuenta que los bulliciosos encuentros en el sector “El agua de la perdiz”, eran abundantes en la década del sesenta, que, si bien nidificaban más abajo, la vertiente era su atractivo para reconfortantes baños de arena y agua. El denso monte del sector las hacía circular en rápidas carreras, hasta encontrar el vuelo en lugares abiertos, cerca de la “Piedrazón”.

El trabajo de los naturalistas daba frutos y, en 1888, nuestro Código Civil dictaba la primera normativa referente a la protección de la fauna silvestre. Chile en 1929 publicaba la ley de caza N° 4.601 y se ponía a la vanguardia de América Latina. Otras mejoras y la ley 19.473/96 hace más sustentable la fauna silvestre.  Esas tímidas perdices guarecidas en las teatinas podrían tener más oportunidades al igual que las parientes cercanas cordilleranas, de Arica, copetona, puna o austral.

El paraíso perdido está resguardado, los senderos de pumas giran en los chaguales, los rastros del “Agua de la perdiz” siguen vigentes y más coguileras se enredan en troncos centenarios. El raco de las tres de la tarde sigue silbando al ovejero, don Lindor es testigo de esos murmullos y unos perdidos perros zorreros se escuchan, como eternos aulladores, en busca del “Cola de flecha” y su leyenda no escrita.

Crónicas de pueblo agradece a Juan Hugo Garrido y Antonio Vilches, quienes, adentrándose en sus vivencias, pudieron revivir en detalle ,los senderos del misterioso lugar conocido como “El agua de la perdiz”.

 


 
 
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