Se recuerdan como los caballos de los indios, esos pieles rojas que montando en pelo salvajes potros, corrían colina bajo como un celaje. Noches de western los viernes, cuando grandes actores como Gregory Peck, sufrían los ataques y escaramuzas de Toro Sentado y otros caciques. Entretenidas películas de décadas ya muy pasadas, que vienen a la mente al recorrer los potreros de los Sánchez, por allá en Putaendo. Pía Sánchez la amazona del enduro, los ha visto desde que nació.
Los pelajes pintos, vienen en América del Norte, desde el siglo XVI, cuando junto a las expediciones de Hernán Cortes se trajeron caballos de razas europeas, que habían sido cruzados con razas árabes y rusas. En las norteñas tierras se mezclaron con los caballos salvajes y dieron forma a un caballo más robusto y ágil. Dichos caballos recorrían las praderas en manadas salvajes, y en la colonización del oeste fueron siendo domesticados por los nativos americanos. Con el tiempo se hicieron los favoritos de los indios y cowboys.
Tatanka lyotanka, más conocido como Toro Sentado, llegó a ser el jefe máximo de la nación Siux y si bien su arrojo quedó demostrado al domar un búfalo que lo había embestido, cuando recién tenía doce años, sus hazañas guerreras siempre las demostró en el pelo de sus pintos de capas blancas, marrones o negras. Los mismos genes que cinco siglos más tarde han sido guardados, en un rincón del valle de Putaendo por don Richard Sánchez, el heredero de esa sangre norteña que orgulloso muestra en cada arreo o cabalgata.
La fama de don Richard trasciende los lomajes profundos de Putaendo, mas cuesta ubicarlo, un celular descargado, más un cuerpo y alma que sigue sorprendiéndose en la pastura de sus cabras. Es que la dinastía Sánchez, de la calle Brasil, respira campo, sin dejarse embaucar por las luces de las urbes, prefiriendo escuchar el golpeteo de los cascos, la sonrisa de los patos, el vuelo alborotado de una perdiz o el ladrido perdido de su perdiguero. Ese campo interior se encuentra en las juras por categoría de caballos de raza chilena de don Guillermo Sánchez, como también en la crianza de cloqueos ancestrales de tufúas coloridas de doña Gladys Vergara en Sahonde.
A la espera del criador de los pintos, se escuchan sus leyendas que han llevado a dominar las tropillas de las veranadas y quebradas del sector. Se cuenta que hasta ciento veinte yeguas y padrillos han cubierto de colorido un ganado que año a año remonta dichos cerros. Mi impaciencia aumenta al saber de sus yeguas salvajes de cerro que corren con sus mantos bayos y alazanes, coloradas, overas bayas, rosadas, pintos más blancos que negro o más negros que blancas. Increíbles rodeos cerro abajo con las yeguas madrinas punteras escapando de las tranqueras y de sobados lazos. Por fin se acerca el patriarca de la manada.
Con el nerviosismo de enfrentar un verdadero costumbrista rural, inquiero detalles del inicio de su crianza tan única. Una verdadera muestra de sencillez me da duro en mi cara, al aclarar que también hay otros criadores en la zona, con esta pasión. Mas en su núcleo, no puede desprenderse de sus socios, su padre Juan y el hermano Luis, ambos ya fallecidos. Se remonta al año 1982, ya han pasado 40 años y recuerda como si fuera hoy un viaje con su padre a los Altos de Alicahue, cuando sus ojos quedaron pegados al ver un caballo pinto, una noche cerrada en los pagos de Los Hernández. Don Juan con la grandeza de un padre, sucumbió a los deseos de ese joven que rápidamente lo cabresteó.
Ese manco sólo fue vendido por un reciente ataque del puma, que se había llevado a su hermana potranca overa, en esa precordillera donde dominan los rugidos. El joven Richard Sánchez a la época terminó de criarlo y lo amansó a su gusto. Sus características increíbles, aventuras sin igual, quedadas en la veranada de una temporada a otra, lesiones graves y acompañamiento por más trece años en los potreros de Lo Campo, lo fueron convenciendo en las bondades de la raza. Un potro por aquí y otro por allá, cruzas con sus yeguas de cerro y la manada estaba en ciernes. Pasaron las temporadas y sus potreros se colmaron de overos, moteados, sabinos y tobianos.
Con nostalgia recuerda esos dichos de otoño-invierno, cuando se escuchaba “norte claro, azul oscuro, aguacero seguro“. Tiempos de invernadas y veranadas cercanas al terruño. Potreros aledaños al Psiquiátrico entre junio a diciembre y veranos de ensueño con la trashumancia al Chalaco, Rocín e Hidalgo. Cae la crianza con la sequía y se hacen presente “el niño y la niña”, obligándolo a arrendar derechos en Rio Colorado (Leiva-El Rubio), Juncal y Lo Barnechea. Su época de gran criancero ya la ve lejana, pero no olvida sus padrillos “burros yegüeros” para hacerle frente a los leones de cordillera.
Hoy encontramos a nuestro protagonista en la recreación anual de la marcha del Ejercito Libertador, en los viajes al Rocín por dos días y dos noches y en las cabalgatas de fin de semana a Rungue, Cementerio de las Carretas y al Cristo. Mas al igual que el viejo piel roja, no olvida su arriesgada alma de criancero y dejaría todo por volver a mirar correr sus moteadas de ojos zarcos en las subidas y bajadas del Putaendo recóndito, aunque tuviera que aliviar nuevamente sus espiadas patas.
Agradecimientos sinceros a don Guillermo Sánchez y don Richard Sánchez, crianceros de la dinastía Sánchez, por colaborar en el rescate escrito, que Costumbrismo Rural pudo realizar con los tobianos de Putaendo, en otro rincón del valle.
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