Sabado, 18 de Mayo de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Se tapó el cerro El Rosario

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Doña Herminia ya ha terminado de tender la ropa en dos largos cordeles de alambre acerado, ubicados entre postes de molle, por allá en el campo de los años 60. Una brisa mansa hace flamear las blancas camisas ayudando a un rápido secado, aunque los mamelucos de don Juan Ignacio llevaban más tiempo, lo mismo que los overoles escolares de los chiquillos. Eran los tiempos de las bateas de madera, las escobillas duras de cerdas de curaguilla, barras de jabón gringo, y un polvo azul, que mágicamente desmugraba las prendas.

No era broma el día de la semana que tocaba el lavado grande, la dueña de casa no amanecía con el mejor carácter, y no era para menos, una labor tediosa y cansadora, generalmente sin ninguna ayuda. Mitad de semana era el día elegido, el miércoles, una jugada que permitía el planchado el día jueves y así mirar con mejores ganas el fin de semana. Un tarro de unos 40 litros hervía en la cocina de campo, con la ropa blanca previo a pasar a la artesa que se ubicaba a la entrada del jardín.

El jardín, se le llamaba a un terreno de unos 150 metros cuadrados, donde había un sin número de frutales y un pequeño sector para hortalizas de temporada, lugar celosamente cuidado y cercado con hebras de alambre y ramas de espino, a la usanza de la época. La puerta de acceso de tablones y una aldaba con las mañas necesarias, para que no fuera tan fácil abrirla. Además, se encontraban los cordeles para tender la ropa, de esa manera quedaba a buen recaudo. Al frente la cocina de adobe donde se hervía el agua y de fácil salida hacia la batea, que se albergaba bajo un ciruelo.

Doña Herminia, una mujer muy creyente no dejaba de mirar el cerro El Rosario, especialmente las jornadas de lavado. El monte se elevaba, a lo lejos, a una distancia alrededor de 30 km, en dirección a la costa. Morro perteneciente al fundo vecino, llamado El Rosario, predio que deslindaba en el cordón de Las Palmas, entrando por los potreros El Orégano y La Alfalfa, luego de un gran tranque. Eran tiempos donde no se vislumbraba lo que hoy nos muestra dicha hacienda, una viña llamada Matetic, con producción biodinámica, buscando la armonía entre el hombre y la naturaleza, pero quizás, el jardín y sus hortalizas naturales algo anunciaban.

Increíblemente aún existen sectores rurales, donde la locomoción colectiva sigue en deuda, en los años de ésta crónica, los encargos de víveres, elementos de limpieza y otros, sólo podían realizarse los lunes, jueves y sábados, en que una micro hacía el viaje en la mañana al pueblo y regresaba en la tarde, tres vueltas en la semana. Uno de los requerimientos importantes eran los productos para el lavado de la ropa: jabón Gringo, jabón Popeye o Azul. Recuerdos del pasado, daban cuenta de ingeniosas promociones, “Mucho bueno dicen los gringos, es arto gueno, así se ice …”, haciendo alusión al famoso jabón gringo.

A metros de la artesa, la de lavazas y enjuagues eternos, se encontraba la llave, cuya cañería bajaba enterrada desde la noria que estaba en el piedemonte. Curiosamente la obra de ingeniería comunicaba tres casas, distantes unos 100 metros, una de otras y la fuerza de la presión sólo permitía ocuparla en una salida. Era tragicómico los gritos pidiendo el agua, cuando en alguna casa se abría la llave, por un lapso muy prolongado. Los días del lavado, debían ser diferenciados para no desgastar en demasía las cuerdas vocales. Ya pasó otro miércoles, tambores de agua hervida, refriegas de escobilla, tendidos al viento y miradas al Rosario.

Haciendas de rulo semi costero, hacían escuchar el balido de ovejas, mugido del ganado mayor y un sin número de aves de valles y cerros. La fruticultura no se conocía, excepto unas increíbles ciruelas moradas del jardín de don Juan Ignacio. Actualmente el cerro El Rosario protege verdes viñas en sus laderas de suelos graníticos, con fertilidad dada por coberteras vegetales, abonos frescos y mínimos trabajos de suelo. Una viña pionera de Syrah de clima frío costero, con una visión de trabajo holístico y de influencia cósmica.

Finalmente, doña Herminia, descubría su secreto al mirar el cerro El Rosario, rápidamente junto a sus hijas Charito, Cecilia y Rosita, corría a recoger la ropa desde el tendedero, el morro se había cubierto y sólo en cinco minutos, llegaría sagradamente la lluvia. Tanta energía, tantas miradas, tantos años en esa invocación al cerro, no me cabe duda que ha influido en los mostos actuales, y en la forma encontrada de producción, pues la biodinámica nos invita a “desarrollar una conversación consciente y creativa con la naturaleza, observando, percibiendo y escuchando a la tierra”.

 


 
 
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