Los relatos de Santa María, la misma que se originó de los terruños de Alto del Cura, describen idílicos paisajes, una precordillera que nos hereda la cultura indígena Aconcagua, unos llanos con toda la gama de cultivos antiguos, industriales, viñas en cabeza, parronales de mesa y los mejores duraznos priscos y pelados. Una montaña dueña de fauna, minerales, lagunas escondidas y pasos clandestinos que alguna vez los utilizaron intrépidos arrieros. Mas su historia también nos muestra el otro lado, uno oscuro que tiene que ver con miles de muertes, al incubarse grandes pandemias de cólera y tuberculosis. Es aquí donde aparecen héroes que quizás no han sido lo suficientemente reconocidos, en la provincia.
María Laura Berríos (MLB), camina tranquila en la oficina, programando sus labores de veterinaria, de repente en charlas tempraneras de un café, bien caliente de invierno, recuerda casualmente a su bisabuela, del mismo nombre, María Laura Kurt, una novicia consagrada al servicio de Dios, en un seminario de los alrededores de la capital, por allá en la década de 1910. La vida quiso que sus pasos se torcieran del camino eclesial, al conocer un joven y activo médico de nombre Félix Bulnes Cerda, a quien poco le importó el destino ya trazado de esa novata. Una personalidad universitaria fuerte, alegre, divertida, como para tragarse el mundo, acabó con la timidez y convicciones de María Laura.
La señorita Kurt, fue hija de doña Margarita Emperatriz Echeñique y Gómez, la historia familiar la describe como una hacendada de Angol, viuda, bastante autoritaria, con esa impronta de la época, incluso con látigo en mano, con aires de Quintrala. El destino hizo que falleciera relativamente joven y esa relación de la alta sociedad con la Iglesia Católica, llevó a todas las hijas al seminario al quedarse huérfanas.
Un llamado casual, condujo al doctor Bulnes a tratar el resfrío pegado de María Laura, en el convento, un guiño de la vida que los llevo a unirse en matrimonio. Santa María se convertía en foco de la tuberculosis, creándose en el año 1938 el Sanatorio La Higuera, de manera de aislar los enfermos en una precordillera con aire puro y ambiente sano. Así el camino interior de La Higuera recibía como director del centro al epidemiólogo doctor Félix Bulnes.
El ajetreo santiaguino del doctor era cambiado por una tranquila casa de campo, en el sector de la Higuera en Santa María, al costado del sanatorio. Una enfermedad que no tenía control medicamentoso, lo obligaba a observar síntomas y respuestas de cada paciente. Una etapa de estudio y experiencia, como le sucede a muchos profesionales, que se preparan para nuevos desafíos.
Si bien la causa de la tuberculosis estaba completamente clara al haberse aislado el Mycobacterium, como agente causante, el mecanismo de transmisión y los climas adecuados para bajar la dispersión, aun pasarían años para descubrir que la estreptomicina derivada de un hongo sería el primer paso para la aplicación de antibióticos.
Esos locos tiempos de compañeros de escuela de medicina, definitivamente estaban quedando en el pasado y las tareas escolares de Martita, su única hija, aterrizaban de golpe el ritmo juvenil. Ya sólo eran recuerdos los concursos, un poco crudos, de médicos recordando clases de anatomía, cuando en restaurantes de chicha y chancho, competían por alcanzar la calavera mas despejada del cerdo, en esas regadas tertulias de estación central. Para la señora María Laura, las condiciones de la provincia le acomodaban totalmente y no encontraba muchas diferencias respecto a las arboladas, frutos y ruralidad de su añorado Angol. Santa María les venía bien a ambos, sin embargo, no sería por mucho tiempo. Lamentablemente las condiciones de precariedad de los cites de la capital, extendía la pandemia sin ningún límite.
Entre dos a tres años a cargo del sanatorio aconcagüino, le dio la expertiz para ser asignado como director del recientemente creado, en 1940, sanatorio Lo Franco, ubicado en Quinta Normal de Santiago, así se trasladaba junto a María Laura y Martita. Relato familiar de MLB, se apresura en indicarme que posteriormente Marta, volvió a sus raíces, donde se estableció con su familia al contraer matrimonio con el doctor Luis Torres Ramírez, quien había quedado de director del sanatorio, luego de la partida de Bulnes. Es recordada tocando verdaderos conciertos de piano, en las idílicas tardes de la precordillera. Una extensa estadía en la casa del sanatorio les permitió formar y ver crecer a sus hijos Rodrigo, Félix, María Luisa y Margarita, en los cerros y quebradas de la Higuera, vigilados de cerca por Marta Lazcano, su eterna Nana.
Asimilando las condiciones de la Higuera, se promovió en Lo Franco, un huerto sustentable y animales de campo, para evitar contactos externos. Era una época muy difícil en toda la zona central, las condiciones de vulnerabilidad de la gente, irrigaba como peste el germen de la tuberculosis, tanto así, que el propio presidente de la república, Pedro Aguirre Cerda, muere por su causa el año 1941, en pleno ejercicio del cargo. Si bien eran tres los médicos que trabajaban en Lo Franco, el liderazgo de Bulnes Cerda dejaba una impronta en la labor difícil de superar, tanto que esa pasión le llevó a contagiarse de la misma forma que sus pacientes, falleciendo el año 1952, después de luchar sin pausa. Se recuerdan sus incansables viajes a Europa, año a año, a pasar contra inviernos con la íntima ilusión de sanarse, mas su ánimo nunca decayó y sagradamente se traía en barco, un modelo de Ford.
MLB, al igual que sus bisabuelos María Laura Kurt Echeñique y Félix Bulnes Cerda se ha establecido en Aconcagua, en la comuna de Rinconada, desde hace ya bastantes años. Tierra de paso o definitiva de sus ancestros, bisabuelos, abuelos, tíos y padres. Con un dejo de nostalgia y emoción relata que por ahí a inicios de los 70, en un campo experimental de Pirque, de la Universidad Católica, un pícaro tesista de agronomía de nombre Ronaldo Berríos se acercaba a María Luisa Torres Bulnes, la chica de la infancia de la Higuera, quien concentradamente analizaba las glumas, lemas y páleas de una sementera demostrativa de trigo. Con un galán semi antiguo, de los que se contaba en el campo que “donde ponían el ojo, iba la bala”, se escribe el mito de sus padres, quienes tuvieron a MLB y Rafael.
La historia campesina del boca a boca cuenta que el color rojo colonial de muchas casas de campo se relaciona a un tono protector, luego de la peste del cólera a fines del 1800 en Aconcagua. Diversos sanatorios, incluyendo el de la Higuera, son mudos testimonios de la cruel tuberculosis que también se ensaño con nuestras tierras. Quizás las mascarillas podríamos asociar al Covid 19. Para la posteridad ha quedado el hospital Félix Bulnes Cerda, en honor a aquel chiquillo que dirigió nuestro sanatorio en los albores de la segunda guerra mundial y entregó su vida, haciendo honor a un juramento, especialmente en lo que refiere al cuidado final de la “dignidad humana”.
PD: Debo confesar algo, siento que esta historia nos está dejando un tema muy importante pendiente y se lo he comentado a María Laura, quizás ha quedado una imagen negativa del personaje a que me estoy refiriendo, y el reto, aunque difícil, es abordable. Si ahora es complicado el tema para las mujeres, mucho más lo fue en el siglo XIX, para una mujer viuda, con cuatro hijas, dirigiéndose en coche, por los caminos de Nahuelbuta. Quizás el látigo tenía otro sentido y trataremos de desentrañarlo, investigando la ruta de doña Margarita Emperatriz Echeñique y Gómez.
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