Este domingo 16 de noviembre, Chile enfrentará probablemente su elección más incierta desde 1990. No se juega solo quién pasa a segunda vuelta, sino si el sistema político aún puede producir gobernabilidad mínima. Tras una década de fracturas, dos procesos constitucionales fallidos y una ciudadanía que pide protección pero desconfía de quienes gobiernan, la pregunta de fondo es brutal ¿el pacto democrático chileno sigue funcionando o está entrando en agotamiento?
Ocho candidaturas presidenciales no expresan vitalidad democrática, sino la ausencia de un eje articulador. El voto obligatorio ampliará participación, pero no necesariamente confianza. Y salvo una sorpresa histórica, el Congreso seguirá altamente fragmentado. Quien llegue a La Moneda gobernará un presidencialismo de minorías, un sillón enorme con bancadas diminutas. Esta elección no resuelve la crisis, la desnuda.
El mapa se ordena en tres polos. Jeannette Jara encarna la continuidad del ciclo Boric y la apuesta por un Estado social más robusto, pero arrastra el desgaste de un gobierno que prometió transformación y terminó gestionando daños. Evelyn Matthei representa la derecha de gestión, orden, estabilidad macro y “política de adultos”, con el reto de conectar con jóvenes y clases medias inseguras que sienten que esa derecha no siempre habla su idioma. Kast y Kaiser expresan la derecha radical-libertaria, orden punitivo y Estado mínimo como solución total, tensionando los consensos democráticos construidos desde 1990.
En la periferia, Parisi, Harold, MEO y Artés no compiten por La Moneda, pero sí moldean la elección. Canalizan enojo, antipolítica y desafección. La sensación dominante no es “votar por”, sino “votar en contra”.
Todo esto es consecuencia de un ciclo largo. El “consenso” de la transición estabilizó al país, pero postergó conflictos estructurales; el estallido mostró el límite de esa postergación; los rechazos constitucionales revelaron un país que quiere cambio, pero teme el salto. Chile sabe que el orden heredado no funciona del todo, pero no tiene acuerdo sobre cuál construir.
Por eso el 16 de noviembre no define solo un nuevo gobierno. Define si seguiremos en una política que administra miedos y precariedades, o si todavía existe espacio, y voluntad social, para un orden con derechos, no orden contra derechos.
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