Avanzamos hacia fines de mayo y las temperaturas de San Esteban y Los Andes van pisando las escarchas nocturnas. Innumerables criaderos de caballos chilenos de la zona, ya están encerrando en pesebreras sus hermosos pingos. Incluso no siendo suficiente un techo y corral, salen a relucir carpas muy elaboradas que los cubren a la oración. Son manejos normales en cualquier campo, de manera que es ahí que vale la reflexión, al observar tropillas amanecer en los fríos potreros circundantes a la subida de Los Ciruelos.
Quizás no deberíamos preocuparnos, si retrocediéramos 4.200 años y pudiéramos ver los albores de la domesticación que realizaron los nómades asiáticos, donde manadas cabalgaban libres en los largos pastizales, azotados por los vientos bajados de los montes. Fuera al paso, trote o galope, los padrillos conducían las tropillas y ni la nieve los alteraba. Pero los tiempos han evolucionado y no podemos dejar de inquietarnos por la falta de un corral de abrigo.
Uno de los comentarios que corren raudo en el campo es que los caballos duermen de pie. Aunque sea difícil creer, la causa viene desde sus orígenes, pues de esa manera pueden escapar más fácilmente al estar situados en la cadena alimenticia como animales presa. Los caballos pueden bloquear sus articulaciones y descansar, lo que fisiológicamente se conoce como “aparato de estancia”. La interacción entre músculos, tendones y ligamentos le permite mantenerse en pie sin actividad muscular y así poder descansar.
Hace algunos años, en el mismo sector de Los Ciruelos, veíamos a don Teo que, sin descanso, velaba por sus toros y vaquillas. Cómo no recordar esos fríos pies con ojotas, a paso firme con un bastón de apoyo, mostrando orgulloso animales reproductores de hasta 800 kg. Esos momentos de conversación, imborrables, cuando en hechizos y altos galpones comentaba que los caballos debían encerrarse en la noche, sólo si las pesebreras eran lo suficientemente amplias, pues de otra manera era mejor que permanecieran en el potrero.
Don Teo no dio mayores explicaciones, seguramente porque no le consultamos o nos imaginamos una forma que, sin duda, no era la correcta. Tiempo después encontramos la respuesta en el famoso criador de caballos chilenos de Rinconada de Los Andes, Francisco Hanke, quien, con sencilla sabiduría dada por su experiencia y carácter, nos explicó que los caballos, a pesar que relajan totalmente una pata trasera al descansar de pie, nunca encuentran el descanso completo si es que no pueden echarse, por eso el espacio y la tranquilidad, muchas veces lo encuentran a todo campo.
Los Andes y sus estribaciones de precordillera observa como sus mancos cambian de aspecto en los meses de invierno, y una adaptación de herencia, hace que su piel se proteja con largos pelos, para sortear los crudos serenos. Los arrieros que se ubican con sus sitios en escarpadas pendientes, realizan sus pesebreras en las escasa planicies, sin embargo, el viento inmisericorde no perdona. Sin duda los genes de Eurasia de los 4000 años de historia regresan a estos lugares, donde mulares y caballos encuentran esta solución.
En Campos de Ahumada, San Vicente, Ranchillo y tantos otros lugares, vemos como año a año la sequía va influyendo en la ausencia del sonido de la aldaba, en las varas apolilladas y el óxido de los candados, pues las pesebreras han entrado en desuso, ya que el hecho de dormir en encierro, implica agua y alimentación. Aunque los lomajes sean pobres en cubierta vegetal, aún existen los espinos u otros arbustos para ramoneo de subsistencia. Don gancho Ahumada también reconoce que, al haber talaje, los caballos dejan la pesebrera y van a potrero.
A la distancia podríamos cuestionar el lomo helado de la caballada ramoneando en el potrero, mas luego de haber conversado con muchos criadores, vemos que no es una conducta exprofeso que pueda rayar en una falta de cuidado. Hace un par de fines de semana, encontré a don Sergio Ibaceta, por allá en El Cariño Botado, recostado a la orilla de un surco, sólo mirando al mulato corretear en el potrerillo, con su mirada perdida en la complicidad con su potro. Situaciones como esta demuestran el compromiso con la crianza y sabedores de la fortaleza de los zainos, permiten su natural y ancestral descanso a todo campo.
Don Iván ya ha silbado las piaras, el trote es con entusiasmo, los relinchos cariñosos, el bufido cercano, crudo el invierno y largos pelos en el anca. Nada que una buena rasqueta no solucione, murmulla camino al granero, al ritmo del cabresteo de una yegua y un potro.
|