Cada 27 de septiembre celebramos el Día Mundial del Turismo; y cada año repetimos, como mantra, la importancia de la sostenibilidad, la conservación y el respeto por los territorios. Pero seamos honestos: aunque en Chile reconocemos su importancia, aún cuesta que pase del discurso a la práctica real.
Nuestros destinos turísticos se sostienen en la biodiversidad y en ecosistemas frágiles, y en algunos casos, únicos. Desde Torres del Paine hasta el desierto florido, lo que ofrecemos al mundo es naturaleza viva. Sin embargo, mientras seguimos mostrando una postal atractiva, nos cuesta asumir como sociedad que esa riqueza tiene límites y que, si no la cuidamos con gestión inteligente, la podemos perder.
El discurso de “viajar de manera responsable” ya no basta. Hoy el turismo necesita avanzar del relato aspiracional hacia una transformación estructural. Y eso significa poner a las comunidades en el centro de las decisiones, utilizar la tecnología para proteger —no para depredar— y entender que la sostenibilidad no es un “plus”, sino la base de cómo hacemos turismo en este tiempo.
Hablemos claro: Las gobernanzas turísticas deben fortalecerse con mecanismos más cercanos a los territorios. Las comunidades locales, pueblos indígenas, ONGs, la academia y actores privados deben sentarse a la mesa con voz vinculante. La participación debe ser algo más que una foto grupal al cierre de un encuentro: requiere conocimiento, corresponsabilidad y la capacidad de transformar ese diálogo en gestión concreta.
Lo mismo con la tecnología: no sirve tener drones, apps o sensores si no se aplican con propósito. El big data y la inteligencia artificial pueden ayudarnos a medir flujos de visitantes, anticipar riesgos climáticos y ajustar dinámicamente la capacidad de carga, ordenando el acceso de manera más eficiente. Tenemos la oportunidad de avanzar hacia sistemas de reservas y plataformas que regulen el acceso, apoyen la planificación y fortalezcan la experiencia de quienes visitan.
En este sentido, la reciente Ley 21.600 representa una oportunidad concreta: al establecer metodologías de planificación turística en áreas protegidas, ofrece un marco que puede dialogar con la innovación turística. Si logramos integrar esa planificación turística con herramientas de gestión de destinos, podremos sentar las bases de verdaderos destinos turísticos inteligentes, sustentables y adaptativos.
Tenemos buenos ejemplos en la región. Colombia y Costa Rica han sabido articular un relato donde el turismo se vincula estrechamente con la conservación y la participación local. No todo está resuelto, pero sí han logrado instalar una narrativa potente en la que turismo, biodiversidad y bienestar de las comunidades forman parte de la misma historia.
Esto implica más que conservación: hablamos de promoción que converse con las capacidades reales de gestión, de monitoreo ambiental en tiempo real, y de decisiones que limiten accesos cuando sea necesario. En otras palabras: un turismo que use la innovación para mejorar la experiencia, proteger el entorno y distribuir de mejor manera los beneficios.
La pregunta es si estamos dispuestos a dar ese salto. Porque transformar el turismo requiere trabajo colaborativo y decisiones concretas: utilizar la tecnología disponible, invertir en ciencia aplicada, medir con rigor y, sobre todo, comunicar con transparencia.
Este Día Mundial del Turismo no basta con aplaudir lo que tenemos. Es momento de decidir si Chile quiere seguir vendiendo postales hasta agotarlas, o si nos atrevemos a avanzar hacia verdaderos destinos turísticos inteligentes, donde el viaje signifique no solo contemplar, sino también conservar, adaptarse y generar desarrollo compartido.
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