Siempre me ha extrañado la razón por la cual los expertos criadores de gallinas criollas, los románticos, que aún quedan en el mundo, denominan azules a las aves grises. Además, que aparecen, sólo de vez en cuando y tal vez por eso, son muy hermosas. Esa ceniza que recorre el campo, tratando de disimular su figura entre la bandada, tiene mucho que decirnos, y de hecho constituye una raza, mientras nosotros, seguimos pensando que es una criolla más. Quizás deberíamos empezar a incorporar la extremeña, una azulada pizarra, a las reconocidas tufúas, patojas, calchonas, pirocas, flor de haba, flor de almendra, trintre y media cola.
Jaime Panadero, en diciembre del 2019, visita el gallinero de Miguel Barroso en España, donde le describen la gallina azul como una raza autóctona en grave peligro de extinción, ya que su censo ni siquiera llegaba al millar de ejemplares. Solo en 2000, realiza una pequeña colecta de las aves y 20 años después ha logrado tener un centenar. Indica que los criadores no están solos en esta recuperación, ya que se han agrupado para su protección a través del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Extremadura y del Centro de Selección y Reproducción Animal. Acá se ve lejano el momento donde las instituciones científicas se inquieten por el futuro de las gallinas criollas.
Charito Garrido las conoce muy bien pues, aunque lleva ya muchos años afincada en la parte urbana de San Bernardo, no olvida sus tardes de sábado, cuando aún estudiante, visitaba sus padres en la hacienda Las Palmas. Era religioso salir con una canasta junto a su madre Herminia al potrerillo cercano al cerro La Cruz, ya que las caminadoras gallinas criollas hacían nidales entre los cardos de flores moradas. Su alma y corazón se hinchaba al descubrir los escondites con huevos rosados salpicados en blanco, verdes, azules, cremas y rojos oscuros. Su relato es largo, detallado, muy dulce, embriagador, diría que casi milagroso.
La raza ha logrado sobrevivir, pese a muchos factores productivos y genéticos relativos al ser humano que ha introducido, en busca del incremento de la productividad. Barroso explica que, con granos de maíz, cebada, trigo, soja y carbonato cálcico, elabora los piensos para su alimentación. Reconoce que sus aves son especiales, su rusticidad se observa en la resistencia a las enfermedades, soportan mejor las temperaturas y están completamente adaptadas a vivir en el campo. Si el padrón genético de las azules chilenas, corresponde a las extremeñas, podríamos estar hablando de una resiliencia de 500 años, sobrepasando tortuosos caminos de accidentes ambientales, mutaciones genéticas y mano del hombre.
Si bien nuestras gallinas azules no son autóctonas, podrían incorporarse al relato de las criollas chilenas, pues se han adaptado al ambiente de estas latitudes, han podido sobrevivir y quizás ha faltado su reconocimiento para trabajar en su incremento poblacional, no como una extremeña, pero si como la ceniza azul. Es importante destacar que las razas autóctonas de Chile son las kolloncas y ketros, las que sí han sido bastamente estudiadas y multiplicadas acá y en el exterior. El tema de las criollas se ha sostenido en el tiempo, gracias a las campesinas que con su ojo clínico las han ido seleccionando y reproduciendo, sin embargo, ahora son tiempos muy difíciles para ellas.
Los científicos nos indican que prácticamente todos los días se están extinguiendo especies, pero a su vez existe un sin número de otras que aún no han sido clasificadas. En la televisión hay un programa llamado “el último de la especie“, que se dedica a buscar ejemplares que se creían extintos. Lo mismo está pasando con las gallinas. Ya hace un tiempo comentábamos sobre las moñudas andaluzas y ahora extremeñas, ambas autóctonas españolas, perdidas en recónditos campos. Quizás sea el desarrollo de un país europeo que visualiza la importancia de ese patrimonio, no solo por el romanticismo, también por sus paquetes genéticos, que, como cualquier otro, puede ser clave en algún futuro.
En la reproducción de las gallinas, los ciclos son acelerados, 21 días de incubación y 6 meses para postura, de manera que la rapidez de ese pool genético puede llevar a interacciones con el medio y ocurrir mutaciones, como es el caso del cogote pelado, que, en el siglo XIX, fijó dicha característica en Transilvania, Rumania. Para lograr el reconocimiento oficial de la extremeña, sus estudios la alejaron de la andaluza azul y la ubicaron genéticamente más cercana, curiosamente, a razas muy antiguas como el combatiente español, el indio de león o la maltesa. A Charito no le importa mucho cuando llegaron al país, pero de que su madre tuvo cenizas azules, lo rejura.
Los estudios de Barroso, no sólo la sacaron del anonimato, la rebautizaron, descubriendo características de depredación de insectos y alimañas, valentía en la lucha con rapaces, y rusticidad en el medio. Doña Herminia y su canasta llena de huevos no solo la descubría entre los cardos, también en las cercas de espinos, al lado del grito de los chercanes, que costumbristamente anunciaba la presencia de las culebras. En ese cuadro encuentro, definitivamente a la ceniza azul, en dirección al cerro La Cruz, en las tardes sabatinas de Charito Garrido.
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