A pocos días de una nueva elección presidencial en Chile, sorprende y preocupa la ausencia del tema científico en la discusión pública. Ni en los discursos previos ni en el último debate televisado los principales candidatos hicieron mención sustantiva a la ciencia, la salud pública o las políticas de vacunación. Este silencio es más que una omisión técnica: revela una desconexión profunda entre la agenda política y las necesidades reales del país, ante los desafíos sanitarios y climáticos que enfrentamos.
La falta de una política de vacunación sólida, actualizada y coherente en los programas de gobierno sugiere que la preparación frente a futuras emergencias sanitarias no está entre las prioridades nacionales. La OMS y el CDC han advertido que el riesgo de nuevas pandemias es alto, impulsado por el cambio climático, la urbanización acelerada y la pérdida de biodiversidad. Se calcula que existen más de 1,6 millones de virus aún no identificados en mamíferos y aves, de los cuales al menos 700 mil podrían tener potencial zoonótico.
La experiencia del COVID-19 dejó una lección ineludible: invertir en vigilancia epidemiológica, investigación en vacunas y cooperación internacional no es opcional, es una condición para la seguridad nacional. El avance de la gripe aviar y la reemergencia de virus respiratorios como el metapneumovirus o el RSV son recordatorios de que la amenaza no ha desaparecido.
Es urgente que las futuras autoridades comprendan que la resiliencia sanitaria no se construye durante la crisis, sino antes de que ocurra, y que la ciencia, lejos de ser un tema marginal, debe ocupar un lugar central en las decisiones de Estado.
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