La salud mental preocupa, y especialmente en Chile. Las cifras lo confirman: tenemos una alta prevalencia de trastornos mentales, sobre todo de tipo ansioso y depresivo lo que se condice con que dos tercios de las personas en nuestro país consideran que el principal problema de salud se relaciona a la salud mental. El panorama es aún más inquietante cuando se observan las diferencias por género: las mujeres presentan cinco veces más trastornos depresivos que los hombres, según la última Encuesta Nacional de Salud y los niveles más altos se concentran en aquellas en edad laboral, en que deben conciliar labores de cuidado y rendimiento profesional.
Otro dato alarmante es el aumento de la percepción de soledad. En un mundo hiperconectado, donde internet y las redes sociales permiten interacciones rápidas y frecuentes, ello no se traduce en una sensación real de cercanía con otros sino que se genera una pseudovinculación que incluso puede aumentar la sensación de aislamiento. Nos comunicamos más, pero nos sentimos más solos. Estamos en contacto, pero ese contacto no nos llena ni nos nutre.
Hablar en serio de salud mental implica mirar más allá del diagnóstico clínico. No se trata solo de la ausencia de enfermedad, sino de promover bienestar, vínculos sanos, sentido de comunidad y capacidad de afrontar la vida sin ser sobrepasados. Por eso, mejorar la salud mental requiere actuar sobre múltiples factores: desde reducir la delincuencia y aumentar las áreas verdes, hasta fortalecer el trabajo digno, el tiempo libre y las redes de cuidado.
Al mismo tiempo, debemos garantizar atención oportuna y accesible. Es urgente la formación de equipos de salud con competencias en salud mental, junto con una mayor cantidad y mejor distribución de especialistas. Hoy, los tratamientos efectivos existen, pero su alto costo o falta de cobertura los vuelve inalcanzables para muchos.
Aunque el Estado ha impulsado algunas iniciativas, la inversión en salud mental siguesiendo muy inferior a la carga real de enfermedad mental en la población. Persisten brechas en cantidad, calidad y alcance de las políticas públicas. Tras la pandemia, la salud mental ganó visibilidad y la conversación se amplió. Sin embargo, el estigma aún pesa.
Chile necesita asumir de una vez que la salud mental no es un lujo ni un tema accesorio: es una necesidad humana básica y una deuda social que aún estamos lejos de saldar.
|